Declaraciones de México y Oaxaca
Es una traición a lo que pregonaron a los 20 años.
Hoy, de viejos, son todo lo que criticaron en su juventud.
Y tampoco es nueva la afirmación. Como saben, es un clásico del gran José Emilio Pacheco.
Y es que cuando eran opositores –cuando eran jóvenes–, la mayoría de los políticos que hoy están en el poder alardeaban de su militancia en la dizque izquierda mexicana; doctrina que aborrecía todas las características perversas del viejo PRI.
Incluso, los maratónicos alegatos callejeros de los dizque salvadores de la patria –militantes de esa izquierda trasnochada–, acuñaron risibles etiquetas clasistas para definir a las mujeres y los hombres del poder, a quienes motejaban como “pequeño burgueses”, “oligarquía dominante” y “empresariado explotador la clase trabajadora”.
El discurso opositor al PRI era, sobre todo, contra el presidencialismo despótico y dictatorial; de rechazo a la corrupción política, a favor de la pluralidad en el Congreso y la división de poderes; de repudio a la “prensa vendida”; contrario al sometimiento de senadores y diputados; de repulsa al control de los ministros de la Corte por parte del presidente y contrario a la persecución política.
En suma, era una condena el grosero uso del dinero público con fines clientelares; significaba una sanción a la entrega directa y sin licitación de la obra pública, censuraba la corrupción y, sobre todo, condenaba el autoritarismo y la predominante incultura democrática.
Por eso, el Estado ideal que pregonaban los políticos de aquella izquierda “chabacana”, era a favor de la democracia; de respeto a la pluralidad en el Congreso; de privilegio a la división de poderes; exigente con una prensa libre y una critica fortalecidas; a favor de los equilibrios del poder, contraria a los abusos presidenciales, de respeto pleno al Estado de derecho, de repudio al clientelismo electorero, de condena a la corrupción y, sobre todo, de una clara transparencia en la licitación del dinero destinado a la obra pública.
Por eso, aquellos políticos de la dizque izquierda llamaban “levanta-dedos” –en torno burlón–, a los diputados y senadores domesticados; le gritaban “prensa vendida” a los medios controlados por el presidente; en tanto los ministros de la Corte “maiceados” por el poder supremo eran motejaban como “lacayos del presidente”, y los presidentes autoritarios, dictatoriales y déspotas, los emparentaban con “gorilas”.
A su vez, a la entrega de dinero público sin licitación se le conocía como “compadrazgo”; a la corruptela se le llamaba “ratería”; al pago clientelar mediante programas sociales lo bautizaron como “compra de votos”, a la persecución política se le decía “venganza presidencial” y la violación a los derechos humanos fue bautizada como “crímenes de Estado”.
Medio siglo después de que junto con la derecha, aquella trasnochada izquierda obligó al viejo PRI a transitar por el sendero democrático; luego que se construyó una auténtica división de poderes, una prensa libre; una vez que existieron elecciones limpias y creíble; que existió un árbitro electoral confiable…
Una vez que la pluralidad en el Congreso se hizo realidad; que la licitación de la obra pública cerró la puerta al “compadrazgo” y que los derechos humanos fueron respetados…
Una vez que se habían limitado las venganzas presidenciales y que el clientelismo electoral fue derrotado gracias al Instituto Electoral y al Tribunal, que aplicaron millonarias multas y sanciones ejemplares…
Cuando todo eso se había conseguido, entonces aquella vieja izquierda le dio una patada al tablero de la democracia y decidió que su mejor papel, su mejor jugada, era copiar todas las trapacerías del viejo PRI.
Sí, los hombres y las mujeres de la dizque izquierda de hace medio siglo –acompañados por un puñado de oportunistas que han medrado en todos los partidos posibles–, llegaron a la conclusión de que el modelo perverso del viejo PRI, de los años 60 y 70 era el mejor modelo de gobierno para ellos.
Y es que aquella izquierda que hace medio siglo combatía al peor PRI de la historia, hoy llegó a la conclusión de que la mejor cara del poder es la cara de aquel viejo PRI; el PRI autoritario, criminal, corrupto, populista, clientelar y nada democrático; el PRI de los gobiernos dictatoriales, como los de Díaz Ordaz, Luis Echeverría y López Portillo.
Y entonces, por obra y gracia de la ambición sin freno y la incongruencia sin límite, aquella vieja izquierda se cambió de nombre, se vistió de Morena e inauguró la cuarta etapa del viejo PRI.
Y así, gracias a la traición de la vieja izquierda nació el “Primor”, el más corrupto de todos los tiempos, el más clientelar, el más antidemocrático, más depredador, más dictador, más vengativo, más autoritario, más intolerante a la críticas; el peor PRI de todos los tiempos, bajo la tutela de un solo hombre, el presidente López Obrador.
¿Hasta cuándo?
Al tiempo.