Ráfaga
¡EL PRESIDENTE NIÑO!
Es caprichoso, berrinchudo, arrebatado, peleonero, mentiroso, egoista, vengativo y, sobre todo, “descocado”.
Así como un día dice una cosa, al día siguiente dice lo contrario.
Su mundo son las ocurrencias, la fantasía, el delirio de grandeza y, en especial, los imaginarios “molinos de viento” que cree lo persiguen hasta convertirlo en “el más atacado”.
Vive una realidad alterna, en una galaxia lejana, nada terrenal y, a diario cierra los ojos a la realidad mundana y cotidiana de los mexicanos, cual “mesías” trópical.
Por eso siempre tiene “otros datos”; también por eso su versión es muy distante y distinta a la realidad terrenal que viven la mayoría de los 130 millones de mexicanos.
Por la misma razón, niega todos sus fracasos, sus tropiezos, sus yerros y también por eso culpa de sus horrores y errores al pasado, a los adversarios, a los otros gobiernos y, claro, a otros políticos.
Su palabra es y debe ser ley, de lo contrario, monta en cólera y lanza improperios y amenazas contra todo aquel que piensa distinto y que lo contradice, lo cuestiona o que exhibe sus incoherencias.
Si llegó usted hasta aquí, estará de acuerdo en que hablamos no solo del típico “niño mimado”, del clásico “bebote” que, sin freno, patalea rabioso ante la más elemental frustración, a manera de chantaje a todos los que aparecen en su entorno; berrinche con el que consigue todo aquello que se le ocurre.
Pero también estarán de acuerdo en que la anterior es la definición perfecta –que encaja “como anillo al dedo” –, del comportamiento cotidiano del presidente Obrador; el locuaz “presidente niño” al que –por ejemplo–, nada le importan otros niños, como los que mueren todos los días, en todo el país, a causa del cáncer.
Un “presidente niño” que –también todos los días–, confirma su peculiar desprecio a las mujeres, en general, pero en especial a todas aquellas mujeres que son víctimas de alguna modalidad de cáncer.
Hablamos del “presidente niño” que juega con su “trenecito maya” y con sus “avioncitos” de Sana Lucía; “presidente niño” que al ser cuestionado sobre los daños ecológicos y los peligros que ocasionan sus caprichosos juguetes, responde con la frase que ya es emblema de su gobierno; el berrinchudo “¡me canso ganzo…!”.
Sí, “presidente niño” afectado por la fea incontinencia verbal y, sobre todo, por la incontenible mitomanía infantil; culto a la mentira que en
sólo 23 meses lo convirtió en campeón mundial de la falsedad.
Sí, “presidente niño” que todos los días, de todos los meses de todo su gobierno lleva contabilizadas casi 50 mil mentiras.
¿Cuántas mentiras más tolerará una sociedad atolondrada, como la sociedad mexicana, que no eligió a un presidente, sino que llevó al poder “a un niño mimado”?
Sí, un “presidente niño” que cuando es pillado en la mentirilla, en la pillería, y en la humedad de los pantalones, alza la cabeza, esconde en la espalda las fallas y lanza la impronta convertida en eslogan: “¡tengo otros datos!”.
El “presidente niño” que ante el fracaso reiterado en todo aquello que prometió, se apresura a lanzar un escupitajo en el rostro de sus críticos, luego de la expresión lactante: “¡sí, nos fue mal, pero a otros les fue peor!”.
El “presidente niño” que acuñó escatológicos lances como “¡fuchi caca!”, que le ganó un feo mote que lo define como lo peor que le pudo haber pasado a los mexicanos y su democracia.
El “presidente niño” que apenas en días pasados, ante el riesgo de que empresas extranjeras promuevan cancelar el Tratado de Libre Comercio respondió con un aniñado: “¡huy, qué miedo, miren cómo estoy temblando!”.
El “presidente niño” que responde a sus críticos con el retador “¡brincos dieran!”; que lanza a los criminales la medición de fuerzas: “¿a ver quién se cansa primero?” y que se burla de los temores por la pandemia con el cínico “¡nos cayó como anillo al dedo!”.
¿Qué país podemos esperar los mexicanos con un “presidente niño” que, para cumplir sus caprichos y sus rencores sociales, lleva a la muerte por Covid-19 a cien mil mexicanos, (hoy suman más de 200 mil) incluido un senador de su propio partido?
¿Qué desarrollo social y económico podemos esperar en un país gobernado por un “presidente niño”; un presidente que miente, engaña, insulta y difama; que viola la Consitución y las leyes que prometió respetar?
Poco a poco, muchos mexicanos que votaron por Obrador reconocen que se equivocaron. Pero no es suficiente. Hace falta revertir el peligro de haber llevado al poder a un “presidente niño”, antes de que el lactante en el poder destruya al país. Al tiempo.
Lo que acaba de leer es la entrega del Itinerario Político del 29 de octubre del 2020, titulada igual que hoy: “¡El Presidente Niño!”.
Y decidimos reproducirlo de manera íntegra, porque el espectáculo de la mañanera de ayer, miércoles 7 de abril del 2021, nos volvió a dar la razón.
Sí, en Palacio habita un “presidente niño” que en su más reciente rabieta dedicó su “fusilamiento mañanero”, contra Carlos Loret.
Sí, el presidente mexicano pierde el tiempo, cual niño mimado, en una rabieta propia de un lactante al que le han quitado la “mamadera”.
A manera de venganza aniñada, López Obrador reprodujo, en Cadena Nacional de televisión, el montaje que hace más de 15 años preparó la Secretaría de Seguridad Pública y que “le vendió” a Televisa como si se tratara de una detención, en timpo real, de la secustradora Florence Cassez.
¿Qué intenta el “presidente niño” con esa peculiar rabieta?
Son tres los objetivos.
Primero se trata de una “noña” venganza contra el periodista Carlos Loret, quien desde Latinus ha exhibido las corruptelas de la familia presidencial.
El segundo objetivo del presidente Obrador es desviar la atención del crimen de Estado cometido por su gobierno, cuando enfermeras y médicos han sido pillados aplicando vacunas sin vacuna.
Y el tercero de los objetivos es justificar el fracaso escandaloso de un gobierno fallido, incluso, en la lucha contra la pandemia.
Lo simpático del tema es que el espectáculo que vimos la mañana del miércoles 7 de abril del 2021, en Palacio, es de suyo un montaje propio del gobierno de “adultos niños”; lactantes contagiados por un presidente niño que exige a sus subordinados ser partícipes de la “incondicionalidad infantil” de su gobierno.
Es decir, los colaboradores del “presidente niño” deben ser caprichosos, berrinchudos, mentirosos, arrebatados, peleoneros, ególatras, vengativos y, sobre todo, “descocados”.
¿Dudan que esas sean las características de los secretarios de Estado, de “los floreros” del gobierno de López Obrador; de los líderes de Morena y de sus legisladores y gobernadores?
¿De verdad lo dudan?
Al tiempo.