Inseguridad y violencia no paran
Lo sucio de la guerra sucia
Si tuvieron la curiosidad de presenciar parte del debate presidencial entre Marine Le Pen y Emmanuel Macron, seguramente estarán de acuerdo con que fue un real debate.
Es decir, frente a las elecciones francesas, vimos acusaciones directas, señalamientos duros, arrebato de la palabra y, sobre todo, el llamado dato duro. En pocas palabras, se dijeron de todo y le dijeron pan al pan y vino al vino.
Por eso, si comparamos ese debate con sus equivalentes en México, la diferencia no solo es abismal, sino ridícula. Más aún, los debates previos a las elecciones mexiquenses son vergonzosos.
Sin embargo, el problema parece no solo estar en el formato de los propios debates, en las restricciones legales y en lo ridículo de la justificación de los políticos. No, el problema parece estar en lo timorato de los ciudadanos y en los enanos de la política.
¿Por qué?
Porque en el supuesto de que en México pudiéramos presenciar debates como el que vimos entre Le Pen y Macron, seguramente los líderes de sus respectivos partidos y sus seguidores habrían acusado a sus adversarios de echar mano de la guerra sucia.
Seguramente el equivalente francés a López Obrador habría acusado a todos los opositores, al gobierno y hasta a las fuerzas divinas de montar un perverso complot contra su candidato y su partido.
Bueno, si en las elecciones mexiquenses el debate hubiese sido como el que vimos en Francia, la candidata de Morena, Delfina Gómez, ya estaría siendo perseguida legalmente por los muchos presuntos delitos exhibidos en su contra en un debate como el del pasado 25 de abril.
Y es que en México, tanto políticos como partidos -y buena parte de la sociedad-, se escandalizan por la exhibición de datos duros que demuestran corruptelas, raterías, transas y todas “las lindezas” de que echan mano los políticos -de todos los partidos- para robarse el dinero público.
Y si dudan de que la exhibición de un delito, durante un debate electoral, es sinónimo de guerra sucia, basta ver la respuesta de Morena, de Andrés Manuel López Obrador y de Delfina Gómez, a la comprobación fehaciente de que la candidata se robó casi 50 millones de pesos del municipio de Texcoco para financiar al partido Morena.
A nadie parece importar -empezando por el INE, pasando por la procuraduría estatal mexiquense, incluyendo la Fepade y los organismos de transparencia- que por todos los medios se probara el saqueo orquestado por Delfina Gómez en Texcoco.
En cambio, muchos políticos, periodistas, analistas y autoridades electorales prefieren tragarse el cuento de que se trata de guerra sucia contra Morena, contra López Obrador y contra la candidata al Estado de México.
Dicho de otro modo, resulta que la suciedad de la política y del ejercicio del poder es vista por amplios sectores sociales como guerra sucia. Claro, cuando la cloaca afecta a su partido o candidato.
Por eso, antes que pedir una explicación por las raterías y desvío de dinero público -probados en el caso de Delfina Gómez-, los políticos, periodistas y medios simpatizantes de Morena -y muchos otros- prefieren voltear para otro lado con el argumento de que se trata de guerra sucia.
Por eso, amparados en el cuento de la guerra sucia, no quieren ver lo verdaderamente sucio; la corruptela, la transa, el engaño, la desfachatez y el cinismo de políticos como López Obrador y Delfina Gómez, quienes sin vergüenza alguna “le echan tierra” a las pruebas de raterías y tan tan.
Y es que en México, la ratería, la transa, el robo, el engaño a los ciudadanos y el saqueo a las instituciones es guerra sucia, cuando todos esos delitos los cometen “los puros” de Morena. Y claro, son causas horribles cuando las comete cualquier otro político.
Dicho de otro modo, en México de nada sirven debates como el que vimos entre Le Pen y Macron -en Francia- si las acusaciones puntuales, los señalamientos formales y la exhibición de pruebas contundentes sobre tal o cual ratería son sinónimo de guerra sucia.
Es decir, que desde hoy podemos aventurar que no serán delito, sino guerra sucia, las pruebas contundentes que presentarán el PAN y el PRI en el debate del próximo 9 de mayo, con las que probará que Delfina Gómez saqueó no 20 ni 23, sino 50 millones de pesos, junto con Higinio Martínez.
No, el problema no es lo timorato de los debates y lo acartonado de sus formatos. El problema es el cinismo de los protagonistas y el valemadrismo de los ciudadanos, que prefieren llamar guerra sucia al robo, a la suciedad y la ratería de la política y los políticos.
Al tiempo.