Libros de ayer y hoy
Pocos recuerdan el clásico del autoritarismo dictatorial y nada democrático de José López Portillo: “No les pago para que me peguen”.
La expresión es una joya de la censura oficial decretada por el presidente (1976-1982) en un discurso público que confirmó que el gobierno de entonces pagaba a los medios –por la vía de la publicidad–, para impedir la crítica.
Medio siglo después, el aspirante presidencial de Morena vuelve por los pasos de la censura y el odio que dejó López Portillo. ¿Por qué?
Porque el aún candidato presidencial, López Obrador, utiliza el mismo discurso de López Portillo, en lo que parece el mayor ataque a la salud de libertades básicas, como la de expresión. Y AMLO apenas es candidato.
Como saben, López Obrador llamó a sus seguidores en redes –la mayoría boots a sueldo–, “a contrarrestar” la crítica en su contra, mediante memes.
¿Y qué significa el llamado?
Que asistimos a la mutación de “no les pago para que me pegue” de López Portillo, al amenazante “les pego para que se callen”, de López Obrador; ¿La maldición de “Los Lopez”?
Por eso la pregunta: ¿De qué tamaño podría ser la censura en México, si apenas como candidato, Obrador no tolera la crítica y manda a golpear a sus críticos para que se callen?
¿Es AMLO la mayor amenaza para la democracia mexicana? ¿Por qué?
Porque en toda democracia que se respete los pilares fundamentales para la supervivencia democrática son, en ese orden la libertad de expresión y la llamada “opinión pública”.
¿Quiénes son los críticos de López Obrador?
Además de muchos ciudadanos, muchos políticos y muchos empresarios, la mayor crítica a Obrador proviene de los profesionales de la opinión, esos que –según la constitución española-, “son una institucion fundamentales de la democracia”.
Pero pocos han entendido que el “chabacano” mensaje de AMLO –para impulsar contra campañas contra sus críticos–, es uno de los avisos más alarmantes de “la dictadura que viene”.
Sin embargo, el escándalo resulta mayúsculo si entendemos la manera en que López Obrador tortura el sentido común y distorsiona libertades fundamentales. ¿Lo dudan?
Dicho de otro modo, cuando un político, periodista o un empresario critican a López Obrador, entonces el candidato presidencial de Morena se dice “víctima de guerra sucia” o de una “campaña de desprestigio”.
En cambio, cuando Obrador insulta, ofende, denigra y descalifica a todos por igual, asistimos al ejercicio valiente de la libertad de expresión de AMLO. Y ay de aquel que se atreva a cuestionar al mesías porque entonces le aplican una paliza en las redes, al tiempo que los pocos que entienden del tema –entre la claque de AMLO–, justifican: “Andrés sólo está ejerciendo su libertad de expresión”. Así de retorcido.
López Obrador dijo: “Yo quiero en las redes sociales que, sin perder la cordura, con respeto, hagamos una contracampaña para denunciar esta guerra sucia y terminar de desenmascarar a estos corruptos, que queden desnudos, porque no tienen ética y moral”.
¿Quién no recuerda los insultos de Obrador a periodistas como José Cárdenas y la propia Carmen Aristegui; a empresas mediáticas como Televisa, TV Azteca, Grupo Imagen y los periódicos Reforma, El Universal y Excélsior?
¿Ya olvidaron los insultos al historiador Enrique Krauze al escritor Martín Moreno, al articulista Jesús Silva Herzog y al autor de este espacio? ¿Olvidaron que llamó Pirruris a los miles de manifestantes contra la violencia y el secuestro, en el gobierno de AMLO en el entonces DF?
¿Olvidaron la descalificación grosera y machista a la experredista Ruth Zavaleta, el intolerable festejo de que “tenemos un Pirruris menos” cuando se conoció la muerte del hijo de Alejandro Martí?
Apenas en las recientes elecciones del Estado de México el partido Morena difundió un spot en donde López Obrador dice de la política y los políticos: “Puercos, cochinos, cerdos y marranos” y en un ademán sexista golpea las manos –una con la otra–, dejando extendido, expresión que acompaña con la frase “¡tengan su voto!” ¿Quién se quejó de ese insulto?
Recientemente, en la campaña presidencial, Obrador calificó al candidato Ricardo Anaya como “aprendiz de mafioso” mientras que a José Antonio Meade le endilgo el grosero “señoritingo”.
Es memorable el “¡Cállate chachalaca!” al referirse al entonces presidente Fox, durante la campaña presidencial de 2006. El insulto que –según especialistas–, causó la derrota de AMLO, fue en respuesta a una declaración de Vicente Fox sobre el proceso electoral de entonces.
También es clásica la expresión: “Que se vayan al diablo con sus instituciones”, en respuesta a el resultado electoral del 2006.”
Hoy AMLO lanza a su jauría babeante conrtra los que lo critican, “les pego para que se callen”.
Al tiempo.