Poder y dinero
Dice el Presidente electo que especialistas trabajan en la iniciativa para convocar a una “Constitución Moral”.
Y, en efecto, el nuevo Presidente puede decir misa y pontificar sobre la moralidad de su gobierno y su pretendida república del amor. Sin embargo, se equivoca cuando llama al poder público a meter mano en la moral ciudadana. ¿Por qué?
Porque la moral ciudadana –de naturaleza íntima entre el individuo y su credo, cualquiera que éste sea–, no es parte de las competencias del Estado y menos del primer mandatario y Presidente electo.
¿Y, por qué no es competencia presidencial, de los partidos y del Congreso reglamentar la moral ciudadana? Por una razón elemental, porque según la Constitución –el máximo ordenamiento legal–, vivimos en un Estado laico. ¿Y qué debemos entender por Estado laico?
De las más acabadas definiciones de laicismo destacan las de Guido Calogero (Filosofía del Diálogo) y Nicola Abbagnano (Diccionario de Política). El primero dice que el laicismo “no es una filosofía o ideología política particular sino un método de convivencia de todas las filosofías e ideologías posibles”. Por tanto, el principio laico “consiste en la regla de no pretender poseer más verdad de la que cualquier otra pueda pretender”.
El segundo define el laicismo como “reciproca autonomía no sólo entre el pensamiento político y el pensamiento religioso sino entre todas las actividades humanas; la diversas actividades no deben estar subordinadas unas a otras en una relación de dependencia jerárquica, ni pueden estar sujetas a fines o intereses ajenos a las mismas sino que deben, en cambio, desarrollarse autónomamente”.
Frente a lo anterior, la pregunta obliga: ¿Por qué el nuevo presidente pretender imponer un conjunto de normas morales dictadas desde el Estado?
De las respuestas posibles nos quedamos con dos; primero, porque cree que los ciudadanos son idiotas y que su gobierno debe dictar un credo único. Segundo, porque asistimos al inicio de la doctrina única del naciente dictador.
Por lo demás, está claro que el laicismo no significa anticlericalismo y tampoco fanatismo a favor de una religión específica, frente a otras religiones.
Lo cierto es que la separación iglesia y Estado –distancia reciproca entre lo espiritual y lo temporal–, no significa otra cosa que el respeto a la autonomía de cada uno de los mundos; el material y el temporal.
El gobernante que propone una “Constitución Moral” en realidad lo que pretende es el fin del Estado laico y la imposición de un código único de conducta, impuesto por el Estado, lo que al final terminaría en una religión única y de Estado.
Pero tampoco es nuevo el adoctrinamiento del nuevo presidente. Desde que creó su partido y lo bautizó como “Morena” –en alusión a un partido de creyentes en “la guadalupana”–, estaba claro que el objetivo era tutelar a los católicos desde un partido.
Toleraran los ciudadanos y los partidos la tutela moral por parte del Estado. ¿Al diablo Juárez? El profeta.
Al tiempo.