Pedro Haces, líder de la CATEM
Nunca más el silencio
HAY QUE PROHIBIR EL OLVIDO.
BASILIO DE LA GARMA.
En el poema de Martin Niemöller, una voz que parece haber perdido la esperanza nos amonesta:
Primero vinieron por los judíos / y no dije nada / porque yo no era judío. / Luego vinieron por los comunistas / y no dije nada / porque yo no era comunista. / Luego vinieron por los sindicalistas / y no dije nada / porque yo no era sindicalista. / Luego vinieron por mi / pero ya no quedaba nadie / para hablar por mí.
El silencio y la ceguera inducidos o voluntarios van de la mano de las atrocidades. Los bombardeos en Camboya; los campos de aniquilamiento del Khmer Rojo; las limpiezas étnicas en los Balcanes, en Burundi, en Etiopía y en Uganda; la tierra quemada en Sudáfrica; el Holocausto, el Sook ching… En estos episodios, de entre una lista que llenaría cientos de páginas, el silencio y el ver hacia otro lado fue una constante.
El 27 de enero recordamos a las víctimas del Holocausto. No veo por qué constreñir este recuerdo a una fecha. Todo el año debiera serlo. Aprendamos del pasado como nos urgió Santayana. En el Yad Vashem de Jerusalén, en el Museo del Apartheid de Soweto, en los memoriales de Riga, Auschwitz y Mauthausen; en el testimonio del Gulag soviético; en el recuerdo de los Laogai de la “revolución cultural” china, en las revelaciones de la “guerra sucia” mexicana, está la memoria, única defensa contra las bestialidades en las que nuestra especie incurre cíclicamente y “justifica” con las más terribles doctrinas.
En 1962, el presidente Kennedy aceptó que si su gobierno no hubiera presionado a la prensa para que guardara silencio, probablemente ni Bahía de Cochinos ni la crisis de los misiles habrían tenido lugar. En la década de los 30, el New York Times, propiedad de los Ochs, judíos de origen alemán, atemperó las primeras informaciones de los campos de concentración y las relegó a páginas interiores para no hacerle el juego a la “propaganda sionista”. Ejemplos parecidos encontramos en la prensa de todo el mundo.
Por fortuna, en medio del entumecimiento siempre hay quienes se niegan a ser cómplices del silencio. Me vienen a la mente los nombres de Florencia Nightingale en Crimea; Alan Paton en Sudáfrica; Elie Wiesel y su incansable denuncia (“Ya sea en el nivel más bajo de la política o al más alto de espiritualidad, el silencio nunca ayuda a las víctimas. El silencio siempre ayuda al agresor”.); Martin Luther King, Carlos Felipe Ximenes Belo, Ángel Sánz Briz, Moritz Hochschild y nuestro compatriota Gilberto Bosques, alguna vez llamado “el Schindler mexicano”.
El barrio vienés de Donaustadt tiene un “Paseo Gilberto Bosques”; en Francia y Alemania se venera su memoria; en la CdMx hay bustos suyos en una plaza y un jardín. La cruzada de este hombre ejemplar salvó la vida a casi 40 mil seres humanos que huían del terror fascista, entre ellos muchos judíos. Abraham Foxman, presidente de la Liga Antidifamación judía, piensa que en realidad Oskar Schindler debía ser llamado “el Gilberto Bosques” alemán, y que Spielberg debiera filmar otra película.
Su ejemplo habla de lo mejor de nuestro pueblo y de la gran tradición diplomática mexicana, la que reconoció al Japón en 1888, la que abrió las puertas al exilio español en 1939, la que salvó la vida a decenas de chilenos y argentinos cuando los militares tomaron el poder en sus países. Este Señor, con mayúscula, a quien pocos recuerdan hoy, cumplió su deber con digna serenidad. A la manera de Thoreau, se negó al camino fácil de cerrar los ojos a “lo inevitable” y eligió asumir su responsabilidad sin importar las consecuencias.
Gilberto Bosques fue uno de los que no se dejaron vencer por el silencio.
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