Poder y dinero
Para Gaby, orgullo de su papá.
Cada año, desde el 30 de mayo de 1985, publico la misma columna. Sólo actualizo el tiempo transcurrido.
Es la machacona esperanza de que algún día sabremos la verdad: quién tomó la decisión, quién organizó el operativo, quiénes consiguieron el arma, planearon la emboscada y jalaron el gatillo; quiénes protegieron –o eliminaron- a los pistoleros.
¿Los que purgaron condenas por el homicidio, ya liberados, fueron realmente los responsables? Un juez así lo consideró, aunque al parecer habría otros motivos para mantenerlos en prisión.
El señalado autor material negó siempre su participación y el sentido común dice que el o los autores intelectuales escaparon a la justicia y que la eliminación del periodista fue parte de un complot que por supuesto nadie está en condiciones de documentar.
La conjetura de una maquinación se fortalece por las circunstancias tan poco claras en que se dictó la liberación de José Antonio Zorrilla Pérez, convicto como autor intelectual y Juan Rafael Moro Ávila, convicto como autor material.
Una constante de la historia es que los asesinatos políticos nunca se esclarecen del todo. Y los de los periodistas creo que jamás.
Como ejemplo el asesinato de George Polk en 1948 en Salónica, Grecia, caso perturbadoramente análogo al de Buendía: un periodista incómodo para todas las facciones en pugna en un momento de grandes tensiones políticas – incluidos los gobiernos griego y yanqui-, fue ejecutado. Hubo un clamor generalizado; se constituyeron comisiones de investigación; la justicia prometió llegar hasta las últimas consecuencias; se crearon galardones en su memoria; algunas personas fueron acusadas… y la verdad, como en México desde 1984, no se supo jamás.
De la Madrid, el presidente que en su sexto informe, desde “la más alta tribuna del país”, exclamó que su gobierno no era “ni cómplice ni silencioso” en el asesinato de Buendía, tuvo la oportunidad de limpiar su imagen ante la historia.
Es asombrosa la estupidez de quienes creen que mediante la eliminación de periodistas pueden protegerse a sí mismos o poner remedio al enojo, al desasosiego o a la inquietud social. Una y otra vez el resultado es, para ellos, contraproducente, porque la memoria y la palabra no pueden ser asesinadas. Manuel Buendía ya era un símbolo cuando aún no exhalaba el último aliento.
Mi columna de cada año, actualizada:
Hace 39 años murió asesinado Manuel Buendía Tellezgirón.
Aquel 30 de mayo de 1984 fue miércoles. Por la tarde, el autor de “Red Privada” -la columna cuyo nombre se ha hecho sinónimo de lo mejor de nuestro periodismo- abandonó la oficina que rentaba en un viejo edificio de la avenida Insurgentes, a la altura de la Zona Rosa en la ciudad de México, y se dirigió al estacionamiento público en donde guardaba su auto. Ahí, en la puerta, fue emboscado. Un sicario lo ultimó de cinco tiros por la espalda.
El día pardeaba. Vehículos y peatones congestionaban la principal avenida de la capital. El crimen, a propósito frente a testigos, fue en realidad una ejecución, una advertencia. Las fotografías del cadáver de Buendía en una acera le dieron la vuelta al país y al mundo: en aquel México tal era el fin que aguardaba a los practicantes de un periodismo crítico, analítico y, sobre todo, independiente.
Treinta y nueve años han transcurrido y mucha agua ha pasado bajo nuestros puentes. Hoy reconfirmamos que la muerte de don Manuel fue ejemplar, pero no en el sentido en que quisieron sus asesinos. Un instante después de la primera oleada de dolor y miedo, en el periodismo mexicano se refrendó el compromiso con la libertad. Y conforme pasan los años, nuevas generaciones de periodistas encuentran en Manuel Buendía un ejemplo de ética, valentía y rigor profesional y personal. Él sigue entre nosotros por la sencilla razón de que la esencia del periodismo en el que él creía sigue siendo la misma.
Recordamos a Buendía de muchas maneras. Su cálida amistad y el sentido de humor con que engalanaba su trato. La solidaridad y el culto a la amistad. Su profunda convicción de estar transitando por el mejor de los caminos profesionales.
Una vez escribió: ‘Ni siquiera el último día de su vida, un verdadero periodista puede considerar que llegó a la cumbre de la sabiduría y la destreza. Imagino a uno de estos auténticos reporteros en pleno tránsito de esta vida a la otra y lamentándose así para sus adentros: ‘Hoy he descubierto algo importante, pero… ¡lástima que ya no tenga tiempo para contarlo!’
Un hombre comprometido y eficaz. Un periodista preocupado por definir el oficio: “El periodismo no nos permite vivir de ‘lo que fue’, de ‘lo que el viento se llevó’. Al contrario: nos obliga a vivir para lo que es. Un periodista no puede permitir que sus amigos le organicen, como a un pintor, exposiciones retrospectivas”.
“Tampoco podemos arrullarnos, como las viejas actrices, en la nostalgia del álbum fotográfico o en el recuerdo de aquellas marquesinas que bordaban nuestro nombre con foquitos de colores. Ni andamos por ahí como los veteranos de una guerra ya olvidada, luciendo antiguas condecoraciones y un atuendo pasado de moda”.
“Los periodistas, como el combatiente sin relevo, vivimos y morimos con el uniforme de campaña puesto y el fusil humeante entre las manos”.
“Dicho de otro modo menos melodramático: los militantes del periodismo -por vocación y por destino- tenemos que ser, aquí y ahora, y para nosotros ser significa publicar, hacernos oír, ya sea desde una gran cadena de periódicos, o en una modestísima revista provinciana y hasta en una simple hoja volandera”.
“Mi homenaje, pues, a tantos colegas que no alcanzan fama ni honores, pero que jamás han desertado del deber profesional un solo día”.
Manuel Buendía sigue entre nosotros. Su visión del periodismo es hoy tan vigente como cuando él ejerció el oficio. Aquí un fragmento de una carta que dirigió a la redacción de La Prensa a mediados de los años sesenta, cuando era director de ese periódico:
“Es preciso, señores, que cada uno de nosotros admita francamente lo que, por otra parte, es realidad ineludible de nuestra profesión: el periodista no termina de hacerse. Nuestro perfeccionamiento es brega cotidiana. Hasta el último día de nuestra existencia estaremos transformándonos. Es un mentiroso ególatra el que afirme que ya alcanzó la cumbre de su perfección y que desde ahí va a ejercer el magisterio sobre inferiores que lo rodean, o que a su torre de marfil no puede llegarle una sola amonestación, un solo señalamiento de imperfecciones.
“Y si la realidad ineludible es que todos los días ascendemos en el camino de nuestro perfeccionamiento profesional, ¡cuánta mayor devoción debemos poner en esta tarea vital, si tenemos presente la obligación de entregar a La Prensa lo mejor de nosotros!
“¿Qué debemos hacer para transformarnos en buenos redactores, o de buenos en mejores? ¿Cuál es el camino para adquirir un estilo vigoroso y ágil? ¿En qué consiste el secreto para superar las imperfecciones -grandes o pequeñas- de nuestro estilo actual?
“Bueno, la verdad es que todos conocemos el camino y el secreto.
“Partamos de que el estilo es parte imitación y parte creación. En otras palabras: no hemos inventado nada; pero sobre cimientos que consideramos dignos de adoptar, hemos edificado lo propio, lo que lleva impreso el sello de nuestra personalidad.
“Cuando empezamos a escribir, lo hicimos siguiendo -consciente o inconscientemente- un molde, a veces íntegro, a veces formado por fracciones de varios. Y a veces, con el transcurso del tiempo, es ya imposible precisar cuál fue la influencia dominante que recibimos, o las fuentes originales en las que abrevó nuestro estilo. Pero lo cierto es que esas fuentes, esas influencias, están ahí, inmersas en nuestro modo particular de manejar el lenguaje.
“Creo que, si esto es así, debemos mantener el espíritu sensible y en contacto con los modelos que ahora -con la experiencia adquirida- podemos seleccionar mejor, a la luz de nuestros propios conocimientos, para tomar -no servilmente, sino con instinto creador- aquellos datos primarios, aquellos gérmenes, que se transformarán más tarde en frutos de nuestro propio árbol”.
Hay hombres que forjan sus propias leyendas. En el periodismo de vez en cuando surgen figuras que rompen los moldes no como un reto, sino porque ello es parte misma de su naturaleza. Manuel Buendía fue de esa estirpe.
Lo recordamos siempre.
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