Frente a la guerra
Despropósito no es afirmar que las políticas de un gobierno que no graviten en torno a criterios ambientales son estériles y suicidas, despropósito es llevar a las políticas públicas la creencia de que la vida económica de una nación o del mundo debe omitir cualquier alarma que señale los riesgos de una productividad ajena a la sustentabilidad.
Con lentitud pasmosa los gobiernos de las naciones del mundo han ido incorporando a sus prioridades de política pública la agenda medio ambiental. Lo han venido haciendo, primero por atender los crecientes reclamos de científicos y de grupos humanos que viviendo en entornos en donde los efectos de los desajustes ambientales son contundentes, exigen la adopción de medidas para mitigar o para restaurar los daños a los ecosistemas y al clima, pero no han pasado de los compromisos escritos y las declaraciones mediáticas, sin que haya un convencimiento pleno, científicamente bien informado de la importancia de las medidas. En segundo lugar lo han hecho porque las consecuencias negativas son tales que los costos políticos que sus gobiernos pueden asumir arruinarían la confianza pública y las legitimidad para gobernar.
Muchos gobiernos siguen creyendo que la agenda ambiental es sólo un asunto de moda pasajera, que hablar de ello pero sin comprometerse, los coloca en la cresta de la ola mediática para que la sociedad los perciba como preocupados y responsables, aunque en los hechos respalden prácticas productivas devastadoras de bosques, aguas, biodiversidad y alteración climática. Y los hay también, como el impresentable anti-ambientalista presidente estadounidense D. Trump, que afirma con descaro e irresponsabilidad que “el cambio climático es un mito inventado por los chinos”.
La mayoría de los gobiernos de las naciones del mundo están llegando tarde al compromiso para detener la destrucción de sus patrimonios ambientales. Lamentablemente llegan justo para dar testimonio oficial de la muerte de selvas, litorales, bosques, especies, niveles extremos de contaminación, afectaciones masivas de salud, pérdida de riquezas, abatimiento de calidad de vida de poblaciones, destrucción de vínculos culturales identitarios. Regularmente el daño es irreversible o los recursos disponibles para la recuperación están fuera del alcance de las finanzas públicas. Casi siempre la destrucción ambiental está precedida de una justificación económica que hace apología del progreso, razón por la cual los gobiernos se guardaron de intervenir hasta que la devastación les representó un costo económico y social mayor al beneficio mezquinamente calculado.
Una de las carencias críticas que tienen las políticas del gobierno que asumió funciones el 1 de diciembre es la ausencia del rango prioritario en materia medio ambiental. Pensar la problemática medio ambiental como un apartado subordinado a otros como el de la productividad implica dar continuidad a la visión de los gobiernos panistas y priistas previos, que al hacerlo así entregaron los vastos y ricos recursos naturales del país a las tecnologías productivistas que sólo miraron a los bosques, aguas, tierras y especies como una mercancía que debe colocarse para el consumo, sin considerar conceptos como el de sustentabilidad.
Debemos entender que no hay casualidad en el refrendo de semejante visión. La apuesta que el nuevo gobierno está haciendo de que su política energética estará en gran medida soportada en los combustibles fósiles, carbón y petróleo, todos ellos de impacto negativo en el medio ambiente, excluye el compromiso ambiental. El anuncio reiterado de la construcción de refinerías (a pesar del contexto mundial del debilitamiento de las economías basadas en el petróleo y la emergencia de energías verdes más baratas y accesibles), o del propósito de construir más carboeléctricas, o la construcción del tren Maya que indudablemente tendrá un pésimo impacto ambiental, debe entenderse como el ejercicio de un gobierno en donde la agenda ambiental estará subordinada, por enésima ocasión, a la dinámica ciega y destructiva del productivismo sin más.
El inmediatismo con el que abordan los gobiernos su ejercicio de política pública ha despreciado la reflexión cardinal en torno a la sobrevivencia de la especie humana, cuando esta debería ser la primera y obligada reflexión de todo gobierno. No comprenden que sin humanidad no hay sociedad ni tampoco hay gobierno. Esta cultura económica de la insensatez ha generado una rutina suicida, que es ciega en su pensamiento y repugnantemente mezquina en sus fines hedonistas: la riqueza al precio que sea. Es una pena que la Cuarta Transformación no haya llegado al punto radical del problema medio ambiental: colocar la política medio ambiental presidiendo todas las demás políticas como un ejercicio de sobrevivencia vital de la sociedad mexicana y de la humanidad.
Hacer girar la política medio ambiental en la siembra o reforestación de millones de hectáreas sólo reproduce acciones del siglo pasado que demostraron su escasa eficacia. Si no existen los medios de política pública para conciliar dentro del marco de la sustentabilidad, la economía, el derecho a un medio ambiente sano de los mexicanos y la conservación de los ecosistemas, tendremos otro sexenio perdido y la continuación de la devastación y el ecocidio. Ojalá recapaciten y la 4a T sea en verdad congruente y genere el giro ambientalista que México necesita para sí y para empujar los cambios globales en la materia.