Poder y dinero/Víctor Sánchez Baños
No habían pasado ni 45 minutos de la noticia de que la candidata independiente Margarita Zavala abandonaba la contienda presidencial cuando recibió los primeros guiños para sumarse a otra campaña con para apoyar a otros liderazgos.
De inmediato los equipos de José Antonio Meade y Ricardo Anaya comenzaron a hacer números sobre el impacto -positivo o negativo- que podrían usufructuar para su beneficio con la decisión de la expanista exindependiente.
La propia Zavala tardó algo más en explicar las razones de su retiro y doce horas en presentar ante las instancias electorales la formalización de su renuncia a la candidatura presidencial.
Pero en ese lapso, todos los partidos e instituciones políticas del país ya trabajaban en la teoría de la candidatura vacía: ¿Cómo impactará en las estrategias del voto útil o el voto corporativo? ¿Cuántos puntos podrá aportar a una u otra candidatura? ¿Qué sucederá en el fuero personal de cada simpatizante de Margarita a la hora de emitir su voto?
Y, la más importante: ¿Cómo se comportará el ciudadano indeciso frente a esa casilla que tendrá el nombre de una candidata independiente que decidió abandonar a mitad del camino un trascendental proceso democrático, renunciar a jugar en el sistema que aspira a representar los anhelos de la ciudadanía?
En las razones de su renuncia, la hoy excandidata parece evocar las palabras del escritor católico François Mauriac: “No siento el menor deseo de jugar en un mundo en el que todos hacen trampa”; sin embargo, el resto de los contendientes llevan prisa por implementar la máxima que afirma “los vacíos se llenan”.
La salida de Margarita obliga a dos reflexiones necesarias ante este nuevo escenario que, si bien podría no ser trascendental, sí habla de las inquietudes que no pocos ciudadanos tienen en el marco de esta justa electoral:
1. El clima político ha llegado a una polarización sistémica. No sólo por el riesgo que implica correr una candidatura en México (casi se alcanza el centenar de políticos asesinados en el curso del proceso electoral y más de mil candidatos han hecho lo mismo que Zavala); sino por los avasallantes discursos de miedo y de desprecio. Ha quedado claro que ni el estado ni las instituciones ciudadanas lograrán recomponer el clima de polarización fomentado y patrocinado por todos los contendientes.
2. La dramatización exagerada de la jornada electoral. Por alguna razón, el 1 de julio se ha convertido en la metáfora del nudo gordiano que sólo la espada de Alejandro Magno puede resolver. En todos los espacios públicos y privados se insiste en que la elección es histórica, trascendental, definitoria del destino del país, la más de lo más importante, que sus resultados harán de México otro México. El error está en dramatizar ese futuro; sin duda, cambio o continuismo impactará en la construcción del país, pero no se puede dejar todo el futuro en sólo 10 horas de votación.
Zavala renunció y ahora tendrá que dar muchas explicaciones a sus aliados y patrocinadores que le acompañaron en la intentona; el resto de los candidatos deberán asumir la dinámica matemática para mejorar o mantener sus números en las preferencias.
Los ciudadanos quizá tengamos la oportunidad de reconocer que, como en el fenómeno de la AMLOmanía donde la solidaridad y la celebración espontánea marcha al margen de todo partido o estrategia, la política es más importante de lo que creemos.
@monroyfelipe