Poder y dinero/Víctor Sánchez Baños
La violencia generalizada en todo el país, la desigualdad, odio y el desempleo que enfrentan millones de trabajadores han sacudido a la sociedad mexicana con consecuencias inimaginables.
La falta de valores cívicos, la ausencia de autoridad y el caldo de cultivo generado por todas las circunstancias descritas anteriormente podrían terminar con nuestra vida en común. La sociedad mexicana está desequilibrada y por lo mismo, la violencia juega un papel cada vez más importante pero sobre todo preocupante en el actuar comunitario.
Los feminicidios, las fosas clandestinas, casos de tortura, suicidios, trata de personas y desapariciones son apenas algunas de las múltiples dolencias que acontecen en una sociedad fragmentada; en México se cometen a diario crímenes a todos los niveles de violencia posibles, ya sea de forma directa a través de maltrato físico o psicológico; estructural, por parte de las instituciones o hasta simbólica como parte de la cotidianidad que sin duda permea en la vida de todos.
Mucho se ha hablado y escrito de la reconstrucción del tejido social como solución viable y concreta que hace frente a la violencia y desvinculación social; la pregunta es ¿aún estamos a tiempo para rescatar a la sociedad?
La ruptura social surge en un contexto violento e indiferente en el que estamos sumergidos. Todo el tiempo somos bombardeados con información que nos violenta; los datos estadísticos que nos revela el informe de incidencia delictiva del fuero común 2017 del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP) son realmente alarmantes. ¿Estamos esperando a que estas cifras incrementen aún más para indignarnos?
El problema de la violencia radica en dos vertientes principales: la primera es que nos encontramos saturados de noticias a tal punto que nos insensibilizamos ante el problema, entonces nos parece normal que este tipo de hechos sucedan diariamente; nos parece normal ver, leer o escuchar noticias en las que se mencionen asesinatos; nos parece normal que cuando salgamos a la calle tengamos que estar atentos por cualquier cosa; nos parece normal que nuestras casas tengan alambrado, rejas y hasta alarma. Nos acostumbramos a la costumbre.
La segunda vertiente consiste en que sentimos que ayudar a un extraño es motivo de peligro; pensamos dos veces en defender a otros, a pesar de que en el fondo sabemos que es lo correcto. Tal es el caso de nuestros compatriotas en Oaxaca y Chiapas tras el fuerte sismo del pasado 7 de septiembre, cuando preferimos ayudar de lejitos, o no hacerlo, o hasta participar en actos de rapiña como el sucedido en el kilómetro 242 de la autopista México-Veracruz cuando un camión lleno de víveres provenientes de Puebla para los damnificados de Juchitán Oaxaca volcó y a sabiendas de que se trataba de ayuda humanitaria, los pobladores de la zona prefirieron llevarse los productos antes de ayudar. ¿Qué le está pasando a la humanidad? La violencia normalizada y la desconfianza han roto por completo el tejido social de nuestro país, desvinculando a las personas y a su vez restando valor a la vida.
Esta degeneración social se reproduce y crece sin darnos cuenta. Sin embargo, mostrar una postura de rechazo ante esta problemática no es suficiente; no basta con la indignación, urge pasar a la acción para generar un cambio. Si actuamos de manera colectiva, con un tejido social resarcido, fuerte, no nos pondremos en riesgo, pues la misma comunidad de la cual formamos parte nos brindará el apoyo y la seguridad necesaria. El problema es cuando sólo unos pocos deciden actuar, son rápidamente consumidos por la espiral de violencia.
Ante este escenario es prudente preguntarnos ¿cómo y qué estamos haciendo desde la educación de nuestros hijos, en el día a día, con nuestras acciones para frenar la violencia? Es mi opinión…