Para Contar/ Arturo Zárate
La Suprema Corte en los avatares de su vida
En otros tiempos, el símbolo del fuego también ha tocado de cerca a la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Hay que tomar en cuenta que no es ninguna jovencita, y que no le quedan los enojos ni los berrinches porque la critican. El que se ríe se lleva, dice el dicho. El 23 de marzo de 2025 cumplirá doscientos años de haber sido instalada como tal. Pero puede decirse que ya los tiene porque la discusión sobre su nombre se empezó a dar desde 1823 y fue hasta dos años después, que quedó plasmada como tal en la constitución de 1824. Hasta para su nombre ha habido controversias, ya que los conservadores de la época insistían en que se siguiera llamando Tribunal Superior como lo signaba la Constitución de Cádiz. Un hecho histórico, la abdicación de Agustin de Iturbide, propició ese cambio y desde entonces se llama así. Otro hecho histórico se propicia con ese nombre, porque a partir del cambio se instala formalmente, aunque de hecho ya existía, el poder tripartita en el país.
NO HAY MUCHAS LUMINARIAS JURÍDICAS EN LA PRESIDENCIA DE LA CORTE
Si se revisan los nombres de los que han sido presidentes de la Corte, hay pocos conocidos. Eso es relevante porque la elevación a la palestra del Poder judicial y su tribunal de alzada, tenía una gran connotación y debieron haberlo dirigido grandes personajes. De hecho llegó a controlar el poder con Benito Juárez. Este tuvo la presidencia en 1857 y en esos avatares de las intervenciones, la Corte de hecho quedó arrumbada tres años. Con más de cien los que han sido sus presidentes aunque algunos lo hicieron por poco tiempo, o como suplentes, hay otros como Felix Romero que estuvo nueve años seguidos y todavía volvió dos años con Porfirio Díaz. Entre los reconocidos está Sebastián Lerdo de Tejada quien después de Juárez estuvo de 1868 a 1872. En el siglo XX hubo muchos desconocidos para esta época, pero quizá conocidos para aquella, que no trascendieron, y los de este siglo están a la vista. Nombrados por designación del ejecutivo en su mayoría, aunque protesten su independencia. Por lo general se inician en los juzgados de distrito y van subiendo de tramo hasta la magistratura y después al ministerio para en algunos casos llegar a la presidencia. Algunos han sido buenos juristas y tienen libros, pero grandes relevancias, estrellas en el aporte al sistema jurídico, han sido escasos.
SUPLENTE COMO TITULAR DE LA CORTE, EL NIGROMANTE LE CANTABA AL AMOR
Juan Ignacio Paulino Ramírez Calzada, nacido en Guanajuato, fue poeta, escritor, periodista, abogado, magistrado de la Corte por muchos años y funcionario público. El político e ideólogo liberal que fue Ignacio Ramírez llamado El Nigromante, fungió también por breve tiempo como presidente de la Corte al cubrir suplencias en 1872 y 1877. Su grandeza no solo está en las muchas actividades que hizo en el país, entregado a la Patria, como se sostiene, sino los principios que acuñó y que son ahora consecuencia real de aquellas ideas. El no solo propuso las garantías individuales 29 de las cuales están en nuestra Constitución, sino la educación laica y gratuita, la igualdad de género y la separación Iglesia y Estado. Fue un defensor permanente del sector indígena. A menudo lo llamaban a cubrir otros altos cargos pero él siempre regresaba a la Corte. Incluso estuvo en el poder Judicial en la época en la que Porfirio Diaz todavía era considerado un héroe nacional. Con Juárez fue Ministro de Justicia y Fomento, pero en esos lapsos daba clases y tuvo como alumno a Ignacio Manuel Altamirano, pero también creó medios donde publicó poemas, ensayos y cuentos, junto con Guillermo Prieto. Es interesante ver esa vinculación entre la literatura, el periodismo y las leyes que desde luego no aparecen por ningún lado en los actuales juzgadores. En recuerdo del guanajuatense, van las dos tercetas del soneto Al Amor, del Nigromante:
Hoy de mi, mis rivales hacen juego,
cobardes atacándome en gavilla.
Y libre yo, mi presa al aire entrego.
Al humilde león el asno humilla.
Vuélveme amor mi juventud, y luego,
tu mismo a mis rivales acaudilla.