Libros de ayer y hoy
Los jóvenes cadetes del Colegio Militar no fueron los únicos que acompañaron al presidente Francisco I. Madero en el inicio de la Decena Trágica, aquel 9 de febrero de 1913.
Con ellos, encabezando la marcha, iba el teniente coronel Víctor Hernández Covarrubias, director interino del plantel, porque su director era el coronel Miguel Bernard, un artillero que el general Felipe Ángeles llevó junto a él, cuando recibió la encomienda de ir a combatir a los zapatistas en Morelos.
Fue él quien recibió la orden: “Sírvase usted alistar al Colegio Militar para que me acompañe por las calles de México en columna de honor. ¿Oye usted los disparos que allá suenan? Pues son las tropas leales que terminan con la sublevación…”
El testimonio de Martín Luis Guzmán.
Hernández Covarrubias cumplió la orden presidencial.
En Palacio Nacional otros jefes militares, generales, no esperaron para recibir órdenes, de inmediato combatieron a los militares de la Escuela de Aspirantes y de la Guarnición militar que irrumpieron en Palacio Nacional. Ahí el combate lo encabezó el secretario de Guerra, el general Ángel García Peña. Compañero, amigo de los insurrectos.
Como también lo era el general Lauro Villar, comandante de la plaza, que defendió herido las instalaciones y, pese a su cercanía, encabezó la embestida contra el general Bernardo Reyes que terminó muerto dentro de Palacio Nacional.
La situación era tan grave, el zócalo lleno de cadáveres, que el presidente Madero mandó a su familia a refugiarse, con la petición de asilo, a la embajada de Japón.
Muchos generales, coroneles, tenientes coroneles demostraron ese día su lealtad a la institución presidencial.
Ellos portaban el mismo uniforme que hoy portan cientos de jefes militares.
Desconocer su nombre, recordar la infamia de Victoriano Huerta en cambio, es muy injusto. La historia está en deuda con ellos.
Hoy día de la lealtad pensemos, hablemos, también del general Ángel García Guerra, secretario de Guerra, que hoy lo sería de la Defensa Nacional. Él escuchó los disparos en la madrugada, con su ayudante, algunos leales, se dirigió a Palacio Nacional y ahí, junto a Gustavo Madero, fue aprehendido por los golpistas. Y después, al llegar al poder Victoriano Huerta, pidió su honrosa baja del Ejército.
Honremos, también, al general Lauro Villar que por encima de su amistad con el general Bernardo Reyes defendió la institucionalidad, diciéndole a Huerta, al entregarle el mando: “Mucho cuidado Victoriano” …
Recordemos también que ese mismo día, pasando entre los cadáveres, el presidente Madero se dirigió a Cuernavaca, manejando su coche, sin escolta, buscando a su amigo el general Felipe Ángeles, ejemplo de lealtad militar.