Libros de ayer y hoy
En los últimos años de vida política de este país, en el tema electoral se ha multiplicado la práctica entre “sirios y troyanos” de adelantar resultados de encuestas, que marcan a algún personaje como el claro favorito para ganar tal o cual elección.
No es que no sirvan las encuestas, por supuesto que sí, son una manera demoscópica de adelantar el futuro y anticipar posibles escenarios, aunque algunas ocasiones al hacerlas públicas con mucha anticipación, genera una serie de situaciones adversas para aquél a quién favorecen.
Pareciera más una estrategia recurrente de los que están en el poder, el posibilitar y procurar este tipo de acciones de consulta a los ciudadanos sobre sus preferencias de emisión de voto, para establecer un “muy anticipado tope electoral” al presunto puntero, con la intención de tener el suficiente tiempo para que, por todos los medios a su alcance, ir minando su popularidad y sus posibilidades de ganar hasta el propio día de la elección. Si no me creen, sólo recuerden lo que sucedió en Tlaxcala, en la última elección para Gobernador.
Andrés Manuel López Obrador, tiene ya varios años en estar en un nivel de popularidad muy alto por el que ineludiblemente ha sido colocado en las preferencias ciudadanas como el “candidato” fuerte para ganar las elecciones presidenciales del país, como es el caso de la reciente encuesta realizada y publicada por “El Universal” el pasado 18 de septiembre (http://www.eluniversal.com.mx/nacion/politica/encuesta-leve-ventaja-de-morena-hacia-2018), sin que hasta ahora haya podido capitalizar con un triunfo esas tendencias previas a las elecciones en que ha participado.
Y es muy explicable, porque ante tal escenario que tiene todos los ingredientes para suponerlo prefabricado, el “grupo” en el poder, que no el partido en el poder, cuenta con todo el tiempo necesario y con todos los medios materiales indispensables para nulificar finalmente esa tendencia ciudadana.
A lo que se enfrenta cualquier aspirante presidencial, llámese Andrés Manuel López Obrador o como se llame, es a un poder gubernamental que tiene a su disposición y cuenta con todo el control de los organismos electorales, judiciales y de fiscalización; tiene a su cargo la administración de cuantiosos recursos públicos, que siempre se está cuestionando el uso electoral que les dan; crean, reforman o abrogan las leyes para su protección y conveniencia, impidiendo a la vez que la gente pueda ejercer acciones jurídicas para que se castigue a los malos gobernantes, y; por si fuera poco, tienen control sobre los medios masivos de comunicación, para generar influencia social en el sentido que les convenga y para desacreditar a cualquier personaje incómodo o inconveniente.
A pesar del enojo y hartazgo generalizado que existe entre nuestro pueblo por el mal gobierno que tiene México, de que la gente sabe que estamos sufriendo una auténtica descomposición de las instituciones de gobierno, (léase ineficiencia, corrupción e impunidad) y de que por consecuencia hay un enorme deterioro en los niveles de vida de la población (desempleo, pobreza, pésimos servicios de salud y educativos entre muchos otros, crecimiento incontrolable del crimen organizado que mucho nos está lastimando, etcétera); no ha existido el catalizador social que propicie la sustitución de quienes detentan el poder.
Para quien, como López Obrador, pretenda alcanzar el noble fin de cambiar la lamentable realidad de este país, debe tener la capacidad de tener los pies bien puestos sobre la tierra, entender plenamente a lo que se enfrenta nuevamente y ser capaz de diseñar el “plan maestro” que se necesita.