Ráfaga
Ética periodística
“Si se maneja el lenguaje del odio sistemático, si se destruyen sus instituciones mediadoras y el respeto y la confianza que se tenían en ellas, también se rompen los equilibrios. Entonces viene la barbarie”. Ikram Antaki
Para hablar de la ética en el periodismo podríamos remontarnos a épocas remotas: el oficio de comunicar a la comunidad la realizaban pregoneros que verbalmente transmitían a la comunidad las ideas del jefe del clan, entonces la mejor cualidad del informador era apegarse fielmente a lo que el gobernante quería decir.
Fue el filósofo Aristóteles -en el siglo IV a.C.- quien creó la ética, derivada de la palabra Ethos, como una disciplina que estudia la conducta moral del hombre frente a sí mismo y la sociedad.
La vida buena tiene como bien supremo la felicidad del hombre, comprende comportarse bien y acatar para si mismo y en común un comportamiento moral, con normas, valores, virtudes y principios.
Y ya desde el siglo XV, la invención de la imprenta viene a revolucionar la historia de la humanidad, al resguardar el uso del lenguaje y la escritura.
En Boston, en 1690, los expertos focalizan el credo de Benjamín Harris como el documento pionero en materia de ética periodística, la cual establece que la nota informativa deberá apegarse a conceptos de verdad, objetividad y exactitud como cualidades esenciales de la noticia informativa.
Se condenan los falsos rumores y se proclama el derecho a rectificar los eventuales errores, he aquí indicios ya de que el periodismo es una profesión de fe voluntaria.
Sin cambios esenciales en los principios básicos llegamos al siglo XX. Los grandes teóricos y científicos, al formular códigos o decálogos para el buen periodista, coinciden en una primicia: “el periodista es, ante todo, buena persona”, como sostuvo el escritor Rudyard Kipling.
A partir de los años 60 y hasta la fecha se han multiplicado los Códigos de Ética en empresas mediáticas para regir la conducta de los trabajadores del medio en cuestión, estos contienen normas y principios a los cuáles deberá apegarse el comunicador.
La UNAM, formadora de
comunicadores con valores éticos
Formada en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Generación 1973-1977, los maestros de entonces, periodistas de amplio prestigio, coincidian en que el profesional del periodismo debería adoptar un modo ético de vida.
Julio Scherer, reciente aún el golpe a Excélsior, quien nos dio un seminario de titulación sostenía que había que defender el derecho de la sociedad a conocer la verdad por encima de cualquier otro valor, aún a costa de una posible “amistad” con el poderoso, ellos no tienen amigos sino intereses, te utilizan, alertaba.
Fernando Benítez, autor de Los Indios de México, recomendaba dedicarle atención y corazón al vulnerable, quizá nuestra crónica emocione al poderoso y siembre un cambio para los olvidados.
El maestro Francisco Javier Sánchez Campuzano, de la asignatura Propaganda y Relaciones Públicas, nos mostró las formas ocultas de la propaganda, nos puso la grabación en español de sendos discursos políticos incendiarios, populistas, que ocasionaron emocionados aplausos entre el estudiantado.
Luego nos dijo, el también propietario radiofónico, que las exaltadas piezas oratorias eran traducciones grabadas por locutores expertos en doblaje, y eran discursos pronunciados por Hitler y Mussolini, y nos advirtió: no sean aplaudidores traten de ser críticos.
Antonio Delhumeau, director de la Facultad de Ciencias Políticas, nos daba Ciencias y Técnicas de la Información y nos instruía sobre cómo elaborar investigaciones periodísticas. Nos advertía sobre los peligros de atenernos a la información de los boletines de prensa, pues sólo eran instrumentos parciales propagandísticos o comerciales.
Manuel Buendía, de la materia Oficinas de Prensa, nos recomendaba leer mucho para estar alerta y no dejarnos manipular por el gobernante corrupto ni los grupos delincuenciales, creía que siempre había forma de hacer la denuncia. Su doctrina, lamentablemente, le costó la vida.
Me consta que los profesionales egresados de la licenciatura de Periodismo y Ciencias de la Comunicación, fuimos educados en la ética práctica, centrada en el compromiso con la verdad, la independencia, el respeto a los derechos del hombre y la responsabilidad social. Estos valores en el periodista ético se anteponen al bien personal o material.
Han pasado más de cuatro décadas, la evolución de los medios de comunicación ha sido compleja, pero sí hay una triste realidad: los trabajadores de los medios han visto la depauperización de su salario profesional y muchos padecen de falta de empleo.
La relación poder político-prensa ha estado marcada por una insano intercambio comercial, a cambio de créditos, concesiones y contratos de publicidad gubernamentales. Se ha sacrificado la veracidad.
Los intereses económicos han silenciado conciencias de periodistas e intelectuales y medios de comunicación, existe la información “a modo” para defender intereses específicos ajenos al bien común. La propaganda disfrazada prevalece hasta nuestros días.
Los medios del “Estado” son inexistentes como tales, están al servicio del gobierno en turno y sus intereses.
Aún así hay periodistas y medios comprometidos con la ética profesional, existen informadores, articulistas y medios de comunicación que mantienen una línea vertical, de independencia y de servicio.
Hay, sin duda muchos colegas y especialistas que merecen respeto a sus opiniones, y no debieran ser acusados de “chayoteros” o intelectuales orgánicos, sólo por disentir, puesto que cumplen con con una misión social.
Es obligación del periodista ético hacer visibles a la sociedad las mentiras, las promesas incumplidas, la incongruencia y los peligros que se avizoran en el futuro con un régimen autocrático o totalitario.
A los gobiernos priistas, panistas y ahora al morenista, les incomoda sobremanera que sus errores sean exhibidos a plena luz del día, pues como dice John Emerich Edward: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente” .
Lo grave es que los periodistas y los medios que exhiben a los corruptos e ineptos —en países como México—, ayer y hoy, corren un peligro mortal.