Poder y dinero
Felipe de J. Monroy*
El 27 de diciembre del 2021, falleció el escritor Andrew Vachss aclamado creador de sórdidas historias policiacas y un reconocido defensor de menores. Aunque en esto último debemos ser más explícitos: Vachss fue un audaz, decidido, radical y devoto defensor de la dignidad y de los cuidados de las infancias. No toleraba abuso alguno cometido contra un menor; fue crítico incluso con el lenguaje periodístico que suele revictimizar a los menores o que llega a sugerir ‘corresponsabilidades’ sobre sus situaciones o actuaciones.
En 1996, Vachss criticó en un artículo los ‘grotescos eufemismos’ y las ‘descaradas mentiras’ con que la comunicación suele abordar temas de dignidad y justicia. Ahí expresó una demoledora sentencia: “Si el periodismo tiene un Dios, es la Verdad”. Y añadió que, si el abuso contra la vida y la dignidad humana es realmente ‘el mal supremo’, entonces perpetuar los mitos auto-destructivos de las víctimas o la negación de su natural humanidad (que por otra parte liberan de culpa a los verdugos) es el máximo sacrilegio.
Los comunicadores deberíamos tener aquella frase como axioma: radical y absoluto. La Verdad debería ser nuestro principio de devoción, búsqueda y compromiso; el inagotable ardor en nuestra voz y nuestro corazón. Porque, en efecto, los crímenes contra la vida y dignidad humana son un mal estruendoso, hitos que atisban de pie en las fronteras de la historia, como reprochándonos.
Víctimas y conflictos podemos advertirlos por todos los rincones; su persistente reproche sobre quienes nos dedicamos al periodismo es que no demos suficiente espacio a sus voces, que no obremos para su bienestar, satisfacción o reconciliación, que no realicemos la responsabilidad de comunicar de manera integral, interactuante e incluyente.
La comunicación -especialmente la que debe cooperar entre los conflictos y las agresiones contra la dignidad humana- no puede dejarse seducir por tendencias tecnicistas o antihumanistas, mucho menos por la presión o connivencia con el poder; debe ser ejemplo de diálogo y conciliación porque la agresividad siempre termina volcándose contra los débiles y las minorías; debe ser ejemplo de dignidad y resistencia frente a los poderes fácticos o legales; debe ser puente por donde cruzan las legítimas demandas de los pueblos y la insustituible dignidad de la vida humana, puentes que cruzan los abismos de la violencia y de la injusticia.
Por lo tanto, el cómo comunicar dignidad y justicia no es sólo un problema teórico, es una interrogante que afecta al diálogo cotidiano, a las relaciones sociales y a la solidaridad en intereses incluso convergentes; es un reto de creatividad y de (re)conocimiento de los lenguajes; es un profundo zambullido en las realidades, conceptos e historias de los otros que sobreviven y remontan las dictaduras contemporáneas, dictaduras que relativizan la verdad, la justicia, el bien común y la dignidad humana.
Así pues, el verdadero desafío para comunicar dignidad y justicia radica en que los actos comunicativos deben tener un mensaje consistente pero suficientemente flexible para la sana interlocución; una comunicación de actos auténticos y específicos cuyos relatos sean verdadera inspiración para los participantes y destinatarios, pero equilibrada y real para eludir mesianismos o capitulaciones derrotistas.
Hay un último aspecto que Andrew Vachss nos ha legado como parte del compromiso con la dignidad y la justicia: el comunicar con un lenguaje correcto y certero, tan duro como la realidad sea. Un lenguaje construido con palabras tan insoportables como los mismos actos de lesa humanidad que refieren y que sacuden el alma y la conciencia.
Vachss sabía que, especialmente entre las ruinas de la injusticia, hay lenguajes promovidos por el poder “que no son accidente, que son productos deliberados de cabilderos culturales” y que “hay campañas cuidadosamente orquestadas para distorsionar la percepción pública, una percepción que afecta todo, desde la cobertura periodística hasta la legislación e incluso los veredictos de los jurados”.
¿Nos suena esto conocido? ¿No acaso vemos cómo operan estos ‘cabilderos culturales’ insertando eufemismos y mentiras entre nuestra vida cotidiana? Decía Vachss: “En cualquier cultura, el idioma es la corriente subterránea que impulsa el río de la percepción pública; y ese trasfondo ha estado contaminado durante demasiado tiempo”.
Comunicar dignidad y justicia requiere entonces nombrar al horror sin concesiones, abajarse a las heridas para atenderlas y compartir la natural indignación de las víctimas; requiere también conservar la mirada puesta en la bondad, la verdad y la esperanza, sólo en ellas, la comunicación es capaz de acrisolar la realidad.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe