Poder y dinero
No es fácil decirlo con tacto pero, de un tiempo para acá, muchos ‘opinólogos’ y comentaristas de sucesos de actualidad se reducen a personajes infames, majaderos y pendencieros que constantemente hacen gala de su estridente y profunda ignorancia sólo “porque pueden hacerlo”. El escritor Umberto Eco los describió con más crudeza hace años: Son ‘legiones de idiotas’ con derecho a opinar en los grandes espacios públicos debido en buena medida porque la Internet “ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”.
Pero el fenómeno aún es más angustiante, porque estos personajes están permanentemente sometidos a hordas mal informadas de seguidores que les festejan sus vulgares provocaciones; y, por ello, son encandilados por la popularidad (o el dinero) de la ignominia y se convencen para ser aún más zafios en su verborrea.
Eso sí, hasta que la realidad los alcanza (con una denuncia o una ejecución legal) para tumbarlos de su pilar de inmundicia donde se jactaban de ser ‘líderes de opinión’ o ‘influencers’, como se venden ahora.
Muchos de estos personajes han emergido del fárrago sin ley que son la Internet y las ‘benditas’ redes sociodigitales para recibir frívolas y lucrativas poltronas de fama en medios de comunicación que tienen marcos legales más claros que la inasible red mundial. En estos medios, abiertos más allá de la fanaticada-que-todo-aplaude, estos personajes siguen desplegando su auténtica cretinez y su menesteroso lenguaje con tanta tranquilidad y felicidad que suelen no comprender por qué, de pronto, están tras las rejas mientras sus abogados los observan con codiciosa conmiseración.
Bien dice la sabiduría ancestral que “Por la boca muere el pez” y, por desgracia, en la mayoría de los casos de aquellos ‘influencers’ se comprueba que suelen tener más desarrollado el morro que las famosas ‘funciones mentales superiores’.
Todo esto, lo afirmo sin minimizar en absoluto que cualquier gobierno o poder fáctico puede representar un permanente riesgo a la libertad de expresión. El poder suele conllevar fuertes tentaciones a ejercer persecución formal e informal de los disidentes; desde el poder es sencillo descender hacia la tiranía que censura aquello que le incomoda; y, con poder, todo acto de control autoritario es denominado “defensa de la autoridad moral del gobierno”.
El poder hace creer a gobernantes y tiranos que deben ser ellos los custodios de la ‘calidad’ de los informadores, la probidad de los medios y la objetividad de las noticias; consideran que sus conciudadanos son subnormales y que están imposibilitados para distinguir a un periodista corrupto de uno honesto, o para diferenciar la mentira de la verdad. El colmo del sueño autócrata es sugerir al pobre ignaro -con todo respeto- qué ver, qué leer, qué pensar, qué decir, a quién homenajear y a quién despreciar.
Por ello siempre serán necesarias las voces audaces, sobre todo inteligentes y creativas, para acompañar las reflexiones de una ciudadanía cuya integración tiene esencia de virtud y heroicidad; voces comprometidas en defender la libertad que los pueblos ya sienten en su corazón; voces generosas para iluminar lóbregos senderos de penurias y de necesidad donde la paz social y el bien común anhelan emprender camino.
De nada sirven la fanfarronería y la estulticia cuando se quiere defender los valores democráticos y sociales como la igualdad, la libertad, la justicia o la solidaridad. La incontenible regurgitación de majaderías contra los vasallos del poder más que valeroso es necio y obcecado, torpe e inútil. Ya lo advertía el nobel Harold Pinter: “Es tan fácil que funcione la propaganda y que se burlen de la disidencia”.
¿Cómo se logra que la disidencia provoque orgullo y no vergüenza? Nuevamente el dramaturgo Pinter nos ayuda a dilucidar cómo: “Creo que, a pesar de las inmensas dificultades que existen, es necesaria una determinación intelectual firme, inquebrantable, feroz; la determinación, como ciudadanos, de definir la auténtica verdad de nuestras vidas y nuestras sociedades. Es una obligación crucial para todos, un imperativo real. Si una determinación tal no toma cuerpo en nuestra visión política no tenemos esperanza de restaurar lo que ya casi se nos ha perdido: la dignidad del hombre”.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe