Ráfaga
Al despuntar el 2019 continuamos atestiguando la construcción del mito de Andrés Manuel López Obrador. No hay mejor proceso de construcción que la de nuestra propia leyenda y el líder de la cuarta transformación no está al margen de este ejercicio.
Todos los días los humanos nos refundamos, reiventamos y construimos nuestra propia historia-ficción para trascender, no es de extrañarse que un proyecto como la 4T no esté erigiendo su mito fundacional como una estructura simbólica que tiene la función de dar sentido y de explicarse a las instituciones nacientes, remitiendo su historia a los “tiempos originales”.
Fuimos testigos de diversos símbolos en la investidura de Andrés Manuel López Obrador como Presidente Constitucional de la república mexicana, que van más allá de una expresión populista o de campaña como se ha interpretado. Se trata de la construcción del discurso fundacional e incluso algunos observan una edificación ideológica base, tal como ocurrió con el villismo que luchaba contra el latifundio y el autoritarismo del porfiriato. El repudio al modelo neoliberal y a los fifís, expresado en los discursos del 1 de diciembre, así lo exhiben.
Los mitos fundacionales son los que nos explican los surgimientos de las ciudades o de los estados, pero también se podría aplicar a personas ya que etimológicamente viene de la palabra griega “aition” que significa causa. En lo personal considero que la estructura discursiva de AMLO es la construcción del líder que el país, por ahora, necesita para llevar a cabo la ansiada e ineludible transformación de México.
El mito fundacional como el resto tipo de mitos sigue las características principales de estos, siempre destaca el héroe que se convierte en el salvador de la ciudad o la nación, pero que todo lo ha conseguido gracias también a la ayuda de un Dios, fuerzas espirituales (como Francisco I Madero), en el caso de México, se vinculan a la causa indígena y su cosmovisión. Ya probó el zapatismo que es redituable.
Para entender el comportamiento de Andrés Manuel López Obrador y algunos cercanos, no el de su equipo advenedizo, -esa es otra historia-, hay que recurrir a Antonio Gramsci y otros autores del pensamiento marxista, que reflejan la Cuarta Transformación pacífica: “las clases que imponían su dominio social lo hacían no solo por medio de la fuerza (coerción), sino que necesitaban constituir una hegemonía ética y cultural, es decir, forjar un consenso en torno a ideologías y valores. Esta hegemonía era la tarea del “intelectual orgánico”. En la 4T lo intentan con el proyecto de la Constitución Moral y la pedagogía política mañanera donde “la verdad os hará libres”.
No sabemos si calculado o no López Obrador realiza actos, como la ceremonia indígena del zócalo, -que la posmodernidad no acepta y hasta repudia-, para preservar su postura de líderazgo opositor al estatus quo. No obstante pierde de vista que los verdaderos “tatas”, no están de acuerdo que se le ofrezca el conocimiento y el poder de la “tinta roja y negra” en un acto multitudinario -al estilo hollywoodense- en el pleno corazón de Tenochtitlán.
En Veracruz por ejemplo esos rituales, entre otros, es efectúan en el Kantiyan Totonaca, resguardados, con unos cuantos invitados, por la solemnidad que implica para su cultura el conocimiento oculto. En Malinalco, a los guerreros Águila y Ocelote se les investían en centros ceremoniales donde solo los sacerdotes entraban, lejos de las miradas del mayehual. El ritual es un transitar entre energías sutiles que la mayoría no comprende y hay que evitar las burlas que generan por ignorancia.
El zapatismo del sub Marcos logró un impactó que ha perdurado un cuarto de siglo por un contexto mundial dónde se requerían líderes emergentes que abonaron por años su nicho; y eso es lo que pasan de largo los asesores del presidente López Obrador. Él es el poder, ya perdió la figura del opositor al sistema, tampoco se le ve como un candidato violentado institucionalmente. Ya no puede fungir como un intelectual orgánico que abandera las causas sociales ante “la mafia de poder”, sin embargo continúa la construcción del mito entre discrepancias y afectaciones a los que dice defender.
Estamos ante una crisis de legitimación, y la pérdida del potencial justificativo disponible para sostener las pretensiones de legitimidad, y como asevera el filósofo José Antonio Pérez Tapias, la crisis actual se caracteriza por ser también trances de las ideologías del pasado reciente, incluida la burguesa-liberal.
La conciencia tecnocrática ganó terreno entre la alta burocracia, implicó una visión de conjunto, por más que ésta fuera distorsionada y distorsionante de la realidad. Despojó a las nuevas generaciones de referencias a la tradición ancestral, que es necesario recuperar con los rituales pero, que instaurándolas desde el poder, será complicado recobrarlas, sobre todo cuando hay un doble discurso.
No son gratuitos los rituales que articula el poder para lograr una utopía, bajo un liderazgo distinto. El problema es la incongruencia de lo que el presidente de México dice y lo que se hace en su gobierno. Despojar del empleo a miles, simular, la vigencia de la corrupción, discursos de odio contra la prensa, fomentar el resentimiento social, el perdón a la mafia del poder, etc. Es decir, la distancia entre el discurso y la realidad indica que hay poca importancia en sanar la fatal herida de la credibilidad y eso implica un riesgo que tarde o temprano está destinado a implotar. *Directora de BillieParkerNoticias.com