Poder y dinero
Tener gobernabilidad sobre una crisis sanitaria como la que está en curso mucho depende de la credibilidad social en quienes gobiernan. El correcto llamado a la unidad de un país para asumir con responsabilidad y disciplina las medidas adoptadas para frenar la expansión de la infección pasan obligadamente por la propia capacidad de los gobernantes para haberla mantenido en el pasado reciente y en el presente.
Lograr la unidad en un país fracturado y además al que se le ofrecen mensajes contradictorios es un propósito de alcances muy débiles y eso es lo que se está observando. Antes de la crisis sanitaria la fractura entre el gobierno y la sociedad civil ya era evidente; era incluso parte de la estrategia para mantener la euforia sobre un proyecto ideológico. Se trabajó machaconamente para dividir y confrontar con el propósito relativamente logrado de justificar un proyecto de alcances locales.
Se menospreciaron los factores externos. Tal vez nunca se pensó en la pandemia y se subestimó el desencuentro por el precio de los países petroleros. El uso excesivo de una política interior confrontadora terminó debilitando la capacidad de respuesta nacional tanto a la pandemia como a sus efectos económicos potenciados por la caída del precio del petróleo. La realidad ha puesto patas arriba los supuestos del gobierno federal: el centralismo presidencialista cuasi monárquico, el estatismo mal entendido y peor calculado y el estilo unipersonal y cortesano de gobernar. Esto ha evidenciado (y seguirá ocurriendo) las fallas de un modelo basado sólo en consideraciones interiores e ideológicas.
El centralismo ha sido rebasado por la sociedad civil, por la mayoría de los gobiernos estatales y hasta por varios municipales, que han tenido que tomar decisiones empujados por el alcance de la pandemia y por las exigencias locales sanitarias. Las decisiones políticas de las mañaneras han tenido que correr muy por detrás de los acontecimientos y de las decisiones tomadas en otros ámbitos tanto de poderes locales como de los ciudadanos. La agenda se ha trasladado a la emergencia nacional y en lo sucesivo visibilizará la infinidad de temas económicos, de seguridad, de gobernabilidad, de abastos, relacionados a la pandemia por la limitada estrategia que se está implementando. La ausencia de un plan oportuno e integral frente a la enfermedad infecciosa y frente a la crisis económica oscurecen el horizonte para la recuperación futura y profundizan la desconfianza y la incertidumbre.
Si es difícil que todo México responda en unidad porque tales sentimientos están fracturados y porque el propio presidente está decidido a no otorgar tregua alguna a los que considera sus “villanos favoritos”, que son todos los que se le atraviesen en algún punto de sus creencias muy singulares, más difícil es lograrlo por los mensajes ostensiblemente contradictorios que comunica. Por un lado da el espaldarazo al Dr. López Gatell en las medidas restrictivas: sana distancia, cuarentena, higiene, que debemos observar todos, y por otro, el presidente desdeña de manera ejemplar cada una de ellas generando en la población y sus seguidores la falsa certeza de que no hay de qué preocuparse, que la vida puede continuar sin hacer caso de las medidas restrictivas. Tan así, que ha anunciado la continuidad de sus giras con eventos masivos.
No obstante la fractura, la dispersión de políticas y la persistencia de las personas a no restringir la cercanía social y disciplinarse a las medidas de higiene, hasta ahora pareciera que en México está ocurriendo un milagro. Mientras que la expansión de la pandemia en el resto del mundo, e incluso en el continente americano, va rápidamente a la alza, a pesar de medidas de dura restricción, en nuestro país la pandemia parece contenerse en los números oficialistas. Esperemos que en los próximos días la realidad no de una sorpresa.
Si en esta primera etapa de la crisis el gobierno federal no modifica la beligerancia interna le será aún más complicado construir un liderazgo de unidad nacional para hacer frente a los estragos económicos que le siguen. Si el crecimiento de 2% anual ─mediocre herencia de gobiernos previos─ no pudo ser estabilizado por el gobierno presente en un año y cuatro meses, le será más difícil remontarlo desde bajo cero teniendo en contra la recesión mundial. La desconfianza que ha promovido con el sector productivo ─para consumo de la política interior─ y con amplios sectores sociales como los reclamantes por la inseguridad o el movimiento feminista, ya están exhibiendo costos.
La fractura nacional cobrará mayores facturas si se continúa pensando que la política interior lo es todo y se desdeña la complejidad de la globalización. La pandemia está reiterando lecciones a todos los gobiernos del mundo: que no se pueden ignorar las interdependencias económicas, culturales, políticas, científico-tecnológicas, religiosas, y sanitarias; que deben ponerse a discusión las rutas de la civilización contemporánea; que ninguna política local puede prosperar si no está vinculada con la complejidad global y que la unidad de las naciones debe saber construirse a partir de creencias universales, soportadas en instituciones y no en personas.