Ráfaga
El mundo empeñado en la autodestrucción; no se explica de otra manera, apenas empieza a ceder la pandemia y ahora está ocupado en una guerra de dimensiones inimaginables. Pleito entre dos que tienta a otros a defender sus propios intereses para afianzar o ampliar su hegemonía, con el argumento de ayudar a una de las partes.
Pasan los años, miles de años y todavía la humanidad no supera diferencias ni es capaz de remar en su solo sentido, hacia la justicia, hacia la paz, hacia el bienestar de todos.
Hasta ahora no sabe con certeza el origen del Covid-19 que ha sacudido a todas las sociedades, matado y contagiado a millones.
El autor o los autores del virus, si los hay, siguen en el anonimato. No hay culpables, como si hubiera surgido de la nada o llegado de otro planeta, misterio indescifrable.
Generó dramáticas y trágicas historias en todos los países, alerta generalizada, convocatoria a la reflexión, llamado implícito a cuidar más la naturaleza, a vivir en paz, en armonía, sin violencia, con respeto a valores y leyes. Invitación a evitar las desviaciones.
Sufrieron científicos para encontrar la vacuna y ahora que existe, mucha gente ni siquiera se la quiere poner, por diversos motivos, pretextos que van desde religiosos hasta de ciencia ficción, cinematográficos.
Nada, nada ha sido suficiente para que sociedades se convenzan de que ha llegado el momento de enderezar naciones, a gobernantes y gobernados, recomponer lo dañado.
Hay preferencia, irresponsablemente, por el juego de la vida y la muerte en la ruleta. El día menos pensado podrían equivocarse y apretar el botón que acabe con todo y todos. Riesgo latente. Las experiencias de la primera y segunda guerra mundial no bastaron. Tampoco las explosiones nucleares, desastres naturales y pandemias.
Sigue la actitud irreflexiva, sin importar lastimar al mundo, van por delante los intereses de cada uno, no el bienestar colectivo; la riqueza de los menos por la pobreza de los más.
México no está exento de esa vorágine. Con tanta riqueza natural y no levanta vuelo. En vez sumar voluntades y remar en un solo sentido, prevalecen posiciones encontradas.
Por eso, Carlos Slim, el hombre más rico del país, acierta al llamar “estupidez” la confrontación. Le parece una “tontería” perder el tiempo en la desunión de los mexicanos.
Calificativos que pueden describir a cualquiera de las partes, a los que gobiernan y a los que no quieren a los que gobiernan, contaminados de enconos, odios y envidias.
Lo dicho por Slim es para tomarlo en cuenta, ya. Empresario que basa en hechos sus palabras. No acostumbra a quedarse callado, alza la voz cuando no está de acuerdo con acciones de gobierno.
Sin embargo, no se atasca en batallas estériles, le da vuelta a la página y se pone a trabajar, con lo que hay. Está visto que para Slim no están primero los pleitos sino hacer negocios.
Ha sabido adaptarse a la nueva realidad política. Obtiene más en el acuerdo que en la discrepancia.
En el acuerdo, en la suma de fuerzas, gana él, gana el gobierno y gana México. Entiende que en las elecciones triunfa el que decide el pueblo y se pone a trabajar con el triunfador, aunque no tenga su misma ideología. Práctico, inteligente y con evidente sentido común.
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