Frente a la guerra
Niños migrantes, en el abandono
Si ver partir a un adulto migrar por causas de fuerza mayor, de sobrevivencia: hambre e inseguridad básicamente, nos causa o puede causar cierta pena, tristeza, lástima y dolor; ¿Qué nos puede causar cuando son menores de edad? Que se aventuran a migrar solos literalmente, en busca de sus padres o familiares o simplemente queriendo ayudar a la precaria economía familiar en la que subsisten.
Son infantes que no han tenido la oportunidad de vivir su niñez o adolescencia de manera ordinaria, como muchos de su edad.
Las vicisitudes de la vida los ha obligado a madurar anticipada y forzosamente e incluso sin aun entender o asimilar lo vivido; llegando a pasar experiencias que usted y yo, amable lector, seguramente solo hemos conocido en las películas: vejaciones, maltratos, hambruna extrema, prostitución, trata, venta de órganos, narcotráfico, inclemencias del tiempo, abandono, tristeza, soledad, etc.
Veamos un poco las cifras. En el pasado mes de marzo se aseguraron en E.U.A. alrededor de 19,000 niños sin compañía de un adulto de diferentes nacionalidades, es decir, lograron cruzar y pasar desapercibidos por nuestro país a lo largo de su travesía. Ahora en lo que va del año, en México se han asegurado alrededor de 20,000 menores de edad; cifra que habría que sumarse con la del vecino país del norte, lo que da una cifra por demás escalofriante. Cosa que nunca se toman en cuenta y siempre se manejan por separado; pero, no hay que perder de vista que los que agarran allá, tuvieron que pasar por aquí forzosamente pues geográficamente no hay de otra pues entran por tierra, no por avión, ni en barco y mucho menos nadando.
Pero, ¿Qué sucede una vez que son detenidos? La situación se convierte en un severo problema para todos, desde el propio infante que no sabe que onda, como para el país que los detuvo, como para el país de donde se supone son oriundos.
Ya que de entrada no se cuentan con las instalaciones suficientes ni adecuadas (pues no son criminales y prácticamente así los tratan) por lo que normalmente están sobrepobladas con lo que ello conlleva. Y no es para menos, pues son tantos que, en número, llegan a rebasar en población a muchas de nuestras comunidades y municipios.
No está por demás decirlo, pero se requiere de alimentación suficiente y adecuada, asistencia médica y psicológica, áreas de recreación, baños, logística, trabajadores(as) sociales, etc. independientemente del trabajo que implica verificar su nacionalidad, localizar a algún familiar, su traslado y recepción al llegar.
Si hacerlo con los connacionales es un brete; ahora con aquellos de otros países, ni imaginarlo. Y ni que decir, cuando los gringos se hacen los occisos y nos meten cachirules cuando en las zonas fronterizas se repatrian a “mexicanos”.
Si bien es cierto, hay ya ciertos protocolos para hacerlo, la realidad los sobrepasa y además no solo no se cumplen, sino que es precario. Si los E.U.A. se ven en aprietos y no pueden al cien, ni que decir de los países receptores o nosotros mismos como país.
Quedando los infantes (en su retorno a su país), a la deriva e indefensos ya que en ocasiones los llevan y ahí los dejan, sean o no recepcionados por algún adulto familiar. Lo que los expone a un peligro latente, que sigilosamente los espera al asecho.
Y la verdad sea dicha, pero el esfuerzo realizado hasta hoy, dista mucho de lo que debería de ser para salvaguardarlos. No se ve que las instituciones como la UNICEF se involucre y coadyuve en esto; y no sólo aquí si no en otros países también. No digo que no realice nada, sino que este aspecto deja mucho que desear.
Han y deben, de ser tratados de manera distinta y de acuerdo a lo que son: menores de edad que no saben de leyes ni reglamentos y que están en proceso de formación de vida.