Poder y dinero/Víctor Sánchez Baños
CDMX, 23 de diciembre de 2017.- Señalar de populista a Andrés Manuel López Obrador, en sentido estricto, es erróneo: ya no lo es. Debido a que las propuestas, comentarios y demás expresiones generadas por el político mexicano distan mucho de lo que verdaderamente pretende el populismo como marco de acción política y social, y el cual Obrador mantenía hasta antes de su segunda participación en la contienda presidencial que perdió frente a Peña Nieto, podemos decir que es un personaje que logró generar una base social sólida conformada por ciudadanos, organizaciones públicas no gubernamentales, pequeños y medianos empresarios y en general parte de la sociedad civil menos favorecida.
Desde antes de llegar a la jefatura de gobierno del Distrito Federal, AMLO mantenía una línea política con el objetivo de generar un contrapeso directo al PAN, y dejó rezagado al PRI. No es poca cosa. Planteaba una línea radical que fue identificada con los movimientos de izquierda en América Latina, la cual moderó tiempo después y manifestó discursivamente que su afán era beneficiar a los pobres sin desfavorecer a los ricos. Indirectamente la historia de aquellos gobiernos izquierdistas al sur del continente le desfavoreció profundamente ya que no demostraron estar libres de pecado, como tanto presumían.
¿En qué momento AMLO pasó de tener un discurso populista a populachero? Justamente cuando cambió el objetivo de su preparación política, es decir, dejó de prepararse para ganar campañas, y se enfocó en prepararse para “hacer un buen gobierno” para el pueblo una vez que la ganase.
Según el diccionario de la Real Academia Española, populismo es una tendencia política que pretende atraerse a las clases populares, las cuales son entendidas como un conjunto de personas que pertenecen al mismo nivel social y comparten ciertas costumbres, intereses, medios y afinidades.
Hablar entonces de personajes populistas en México y América Latina es hablar por lo tanto de aquellas personas que utilizan una serie de propuestas e infinidad de costumbres, intereses, medies hablar, por lo tanto, de aquellos individuos que se interesan por beneficiar a la población menos favorecida en lo general y re-incentivar la economía local para generar fuentes de empleo y mejores condiciones de vida. Por lo que a Andrés Manuel no se le verá como verdadero populista hasta que llegue a ser presidente, en el caso de que eso llegase a pasar en 2018.
Su actual discurso basado en divisiones de clase y raza, del bien y el mal, se vuelve fácilmente aceptado y compartido debido a su apariencia llamativa ya que en él se promete un sin fin de cosas con el afán de generar empatía, por ejemplo, con la propuesta sobre la descentralización del Gobierno Federal y los apoyos para que los trabajadores del gobierno puedan mudarse de residencia; la eliminación de la corrupción como por arte de magia una vez que él sea presidente; la reducción del sueldo presidencial; la promesas de acceso a internet en todo el país (aunque ya sea un derecho universal); el rescate al campo del abandono y la pobreza; la prioridad a los pueblos indígenas; la supuesta amnistía a líderes criminales; la cancelación del nuevo aeropuerto internacional de la ciudad de México (aunque con ellos echaría abajo cerca de 500 mil empleos); beneficiar económicamente a ‘ninis’ mensualmente, etc,.
El discurso cambió: antes hablaba sobre reformas a políticas públicas que tenían una repercusión asistencialista, y ahora sobre cómo “mafia del poder” anhela hacerle la vida imposible. El problema de ello es que antes generaba bases sociales sólidas y capital político y ahora se mantiene con la misma base pero sus declaraciones populacheras hacen dudar al electorado sobre si de verdad “estaríamos mejor con López Obrador”, o como lo menciona en sus spots, “con ya sabes quién”.
Sus propuestas y declaraciones, aunado a la alianza que realizó con el Partido Encuentro Social (PES), deja de manifiesto que apelar a cuestiones morales para “buscar el bienestar del alma”, como lo mencionó en el evento que dio a conocer a su coalición es, entonces, una constante campaña moralizante donde todo aquel que no esté de su lado es corrupto y atenta contra los valores de la sociedad mexicana.
Luego entonces, el populismo no es ni bueno ni malo. Lo que sí es una pena es que los políticos adopten a la ligera el discurso de beneficencia social para generar empatía y conseguir votantes y una vez en el poder olviden todas las cosas prometidas, como frecuentemente sucede.
Andrés Manuel López Obrador fue perdiendo con el paso del tiempo y con sus propuestas asistenciales y expresiones populacheras más de lo que cree: la capacidad de lograr que la sociedad civil de verdad se identificara con el ideal de participar activamente en una poderosa organización de base, construida alrededor de luchas exitosas por reformas sociales que puedan, verdaderamente, crear una política de masas y una consciencia social que evite fácilmente la manipulación de los medios y la élite tecnócrata en el país. Es una lástima. Hasta antes de la elección del 2006 todo iba también, sin embargo, y como dice el dicho popular: todo por servir se acaba.
El autor de este artículo tiene licenciatura en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Nacional Autónoma de México. Áreas de desarrollo: comunicación estratégica, diseño de campañas políticas y estudios de opinión pública.