Poder y dinero
El inefable rey del Twitt, el presidente Donald Trump, hizo esta semana una declaración impecable, que me hizo pensar en mi atribulado país, es decir el nuestro. Interrogado sobre los casi 160 mil muertos y alrededor de cinco millones de contagiados en su país por el coronavirus, debido entre otras cosas a sus erróneas políticas públicas para afrontarlo, declaro: “Se están muriendo. Es lo que es.”
Y sí, tenía razón, es lo que es. La realidad no se cambia con discursos, sino con acciones. Pero el conspicuo habitante de la Casa Blanca me hizo pensar en las acciones que el gobierno mexicano lleva a la práctica, y que nos colocan ya en la tercera posición de ese podío que no premia sino evidencia lo que estamos haciendo mal como país.
Pero también en un tema al que se trata de invisibilizar, que los 50 mil muertos reconocidos, los más de 70 mil extras que reporta el sistema de salud, más las casi 60 mil víctimas de la violencia criminal desde enero de 2019, están convirtiendo a México en uno de los más mortíferos del mundo. Y que nuestro gobierno manifiesta hacia ellos un profundo desprecio. Se ha dedicado a dos cosas: contar unos muertos y ocultar otros, en un desesperado intento por disimular su fracaso.
Sólo que este tipo de fracasos causan víctimas mortales, y las causan justo entre la población más desprotegida. De acuerdo con un reporte del Coneval de esta misma semana en los 427 municipios más pobres del país muere un porcentaje del 14.1% de los infectados, contra el 8.1% de los que mueren en municipios de mayor ingreso. Y esto parece una burla cruel del lema del lopezobradorismo: primero los pobres, una lúgubre parodia del dicho de Trump.
Es una política criminal que va ya más allá de la negligencia. Es cierto que no se puede culpar al gobierno de la pandemia. Nadie en sus cinco sentidos lo haría, pero sí responsabilizarlo de las medidas que se tomen para contenerlo. Algunos otros países se han equivocado también, como Suecia, que apostó inicialmente a lo que se denomina contagio de rebaño, pero cuando las autoridades se dieron cuenta del error ante el incontenible número de decesos lo reconocieron y corrigieron. No queremos que sean infalibles, sino que sean capaces de corregir. Me temo que eso nunca lo veremos. No está en su ADN.
Por mi parte, sólo me pregunto ¿cuántos muertos se necesitarán para que se lo tomen en serio? ¿100 mil?, ¿200 mil?, ¿hasta dónde llegará su irresponsabilidad y su falta de empatía con la vida humana? Porque esa es, o debería ser, su primera responsabilidad como gobierno, a menos de que yo lo entienda mal y sólo se trate de conservar el poder que el fantasma de Palacio dice no ambicionar.
El juicio de la historia suele ser cruel, porque no toma en cuenta ni buenas intenciones ni, mucho menos, justificaciones, sino resultados. Cuando esta pesadilla haya concluido, el primero de enero de 2025, comenzará también un ajuste de cuentas, más dramático y justiciero que el actual contra el pasado en el que escuda su ineficiencia.
Ese día, cuando comience el juicio, cuando tenga que esconderse en su rancho (¿o hacienda porfiriana?) y no pueda salir por miedo a que lo apedreen las turbas de pobres que prometió rescatar, y que sólo entre abril y mayo crecieron de 45.2 millones a 69.6, es decir 24 millones de pobres más, se empezará a hacer justicia. Comenzará el juicio de la historia.