Pedro Haces, líder de la CATEM
Para los que no me conocen, debo decirles que desconfío también de los que siempre tienen la razón, de los que no se equivocan, de los que creen que en una sociedad debe privar el pensamiento unilateral, la política en un solo sentido: el suyo. Me recuerda el Decálogo del Jefe que se hizo popular hace más de treinta años, quizás porque YSQ los ha vuelto a poner de moda. El lema del sexenio pareciera ser El Jefe nunca se equivoca, y Los que entran a su oficina con ideas propias, salen con las del jefe.
Porque, eso sí, como todos saben, YSQ es infalible, y bipolar: ve sus fracasos como triunfos, y nos condena porque nosotros sólo vemos fracasos donde hay fracasos. Porque éste es un gobierno que no ha sido capaz de mostrar hasta ahora un solo caso de éxito; agregue usted los temas. Y eso que las cosas siempre le cayeron como anillo al dedo, que si no.
Cuando se instauró la primera enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, los padres fundadores colocaron allí a la libertad de expresión como la más importante de sus expresiones, y la historia de nuestro vecino ha demostrado hasta ahora el por qué: porque, en primer lugar, se considera una barrera contra los excesos del poder.
No es gratuito que la comunidad democrática de las naciones la hayan considerado, tanto en sus leyes fundamentales como en su práctica cotidiana, uno de los valores que dan sentido a la convivencia en tolerancia en toda sociedad que da prioridad a la voz y reclamo de los ciudadanos; el lado contrario lo podemos observar nítidamente en países autoritarios, o totalitarios.
Los gobernantes no están en el poder para ser adorados, pese a que ellos puedan pensarlo, y como mandatarios son los primeros en estar sometidos a este contrapeso que de no existir pondría en riesgo la convivencia y los valores que dan sentido a cualquier sociedad que se ha decidido por esta forma de gobierno, una donde el gobierno está obligado a rendir cuentas y a someterse al imperio de la ley, única ruta para un Estado de Derecho que es lo que le da sentido a la democracia.
En México la prensa ha luchado de manera desigual contra ese poder que apela siempre a la razón de Estado para ocultar los resortes de su actuación. Lo era así hasta principios de los años setenta, cuando empezó a tomar el destino en sus manos, no de manera ideal, que eso no existe; no como parte de la utopía que nos llevaría al paraíso. El siglo XX nos enseñó de lo que son capaces las utopías y los dictadores que enarbolaron esa bandera para justificar sus excesos.
Por eso me dio gusto y sorprendió gratamente el desplegado que firmaron y publicaron el jueves pasado un grupo de 650 científicos, periodistas e intelectuales, de todas las áreas, contra los ataques a esta libertad por las medidas unilaterales que el fantasma de Palacio ha tomado contra la ciudadanía, que tiene derecho a saber cosas tan elementales como por qué Pío hace bien donde Lozoya hace mal, si hacen lo mismo.
Cito a mi favor al filósofo e historiador del siglo XIX Renán Ernest, quien escribió: “Sin la presencia de la duda, perdemos la exacta valoración de los hechos y de las cosas, la manía de la certeza es la antesala del fanatismo.”
Justo es la prensa libre la que da lugar a la duda, tan necesaria en un mundo cambiante, conflictivo y con los más distintos puntos de vista; lo contrario, la intolerancia, es la ruta del dictador. Y todo parece indica que hacia allá vamos.