Ráfaga
No es válido culpar al presidente López Obrador por el sentimiento de rencor y odio en la sociedad mexicana. Pero tampoco es del todo ajeno, especialmente en lo segundo. Las causas del descontento anteceden a su arribo a la más elevada responsabilidad pública, acompañado de una amplia mayoría en el Congreso y triunfo arrollador en los comicios locales concurrentes. La prédica del candidato dio curso a la causa originaria, la escandalosa corrupción y frivolidad del gobierno de Peña Nieto, y al sentimiento compartido por muchos de abandono por el sistema económico y político. Corrupción y marginalidad van de la mano; por igual fueron coyuntura e inercia estructural.
El candidato ya en el poder no abandonó su condición de azuzador del descontento colectivo. Decidió continuar con la dinámica de su campaña, que le sirvió para ganar aceptación y de plataforma para justiciar sus polémicas y discutibles decisiones en materia de seguridad, economía, obra pública, política social y educativa y, en su momento, salud. Para cualquiera sería costoso y desgastante en las determinaciones del nuevo gobierno. No para López Obrador. Dos fueron sus recursos para lograrlo: el protagonismo mediático con las comparecencias mañaneras, y la descalificación del pasado. No importó la impunidad respecto del gobierno que le antecedió, tampoco que el señalamiento de repudio se resolviera selectiva y funcionalmente para el proyecto en el poder; sucedió porque el sentimiento de rencor social es profundo. Radicalizarse y recogerse en la terquedad le dio fuerza y autenticidad. También tuvieron que ver el miedo o la incompetencia de sus opositores, y la connivencia de las elites. El rencor se torno también en odio.
Ahora la dinámica del rencor y odio no sólo está en quien preside el gobierno, sino en la sociedad misma. Eso es lo relevante, toda vez que la huella social de estos tiempos conecta muy bien con los modos y estilos del poder: el autoritarismo y la intolerancia. Sin embargo, hay un precio a pagar: debe haber congruencia intransigente.
Hasta antes de la Casa Gris, López Obrador era la mejor expresión de congruencia total. Los símbolos de poder lo ratificaron: abandonar Los Pinos; eliminar al Estado Mayor Presidencial; la austeridad en el todo presidencial; la forma y contenido del discurso presidencial aderezado con una lógica simple y elemental; el odio al éxito en sus diversas expresiones -riqueza, educación o prestigio-, y el uso y abuso de la historia para reprimir, descalificar y cuestionar cualquier forma de crítica o disenso. El combate a la corrupción y la pobreza se remite quedó en las intenciones, en el discurso, negado por la realidad.
La Casa Gris fue un golpe bajo la línea de flotación del proyecto. Al estándar convencional su réplica fue desastrosa, no tanto así en el entorno de sus seguidores mas fervientes y leales, aproximadamente un tercio de la sociedad. Da para mucho, pero no para todo, tampoco da para ganar elecciones, de por sí complicado porque no es lo mismo estar con López Obrador que por una cuestionable candidata (o). Además, Morena es una organización visiblemente autoritaria, muy distante de la ética que pregona su líder moral y cada vez más próxima a lo indeseable de todos los partidos.
Pero el rencor y el odio siguen su propio cauce. El deterioro político y discursivo de López Obrador por la incongruencia, no tanto por los magros resultados de su gobierno, no significa que cambien los sentimientos dominantes de la sociedad, sino que cobren curso fuera del proyecto político de la 4T, incluso que se vuelvan contra su otrora promotor.
En las actuales circunstancias, especialmente por el costo de la crisis económica y la inseguridad, el rencor y el odio pueden transformarse, pero no desaparecer, y difícilmente podrá hacerlo una propuesta convencional de la política. De allí la viabilidad y, eventualmente, el éxito de una postura disruptiva o de una capaz de concitar las emociones y creencias profundas de la sociedad. Aún así, esta es una salida con más miras a la próxima elección, no para resolver el desencuentro de la sociedad con el régimen político y económico.
Federico Berrueto en Twitter: @Berrueto