Escenarios nacionales/José Luis Camacho Acevedo
Becerrista a sus 13 años, cortó orejas y rabo en el toreo de La Condesa, en la ciudad de México. Por ello fue llamado “El Niño Sabio del Toreo”. Dos años después hace su presentación en el mismo coso como novillero alternando con Julián Pastor y Edmundo Maldonado “El Tato”.
Nacía al mundo taurino Fermín Espinosa Saucedo “Armillita Chico” al que nadie le discutió jamás el título de “Maestro de Maestros”. Su afición por la fiesta le venía de familia pues entre 1880 y 1885 su tío abuelo Pedro dejaba ir el capote en las corridas de feria de Saltillo. Su padre Fermín, conocido como El Campanero, fue banderillero y peón de brega.
Fermín nacía al mundo en aquél Saltillo de entonces, pueblo apacible y risueño, rodeado de huertas de membrillo y cruzado por acequias; ciudad pequeña y tranquila en la que nadie imaginaba que adquiriría las dimensiones y la importancia económica de hoy.
Los de verdad conocedores lo ubican como uno de los cinco o seis mayores toreros de la historia. Y lo fue, sin publicidad ni ayudas extrañas, simplemente haciendo de la tauromaquia un arte mayor: extendía el capote, alegraba el tercio de banderillas, esgrimía la magia de su muleta. Era la elegancia personificada.; fue la naturalidad misma en traje de luces.
El escritor español José Cárlos Arévalo refiere a Fermín Espinosa como el mejor torero del mundo. Por algo sería.
Saturnino Frutos (El Ojitos), matador de principios del siglo pasado comenzó a llamarlo Armillita, por su parecido físico con el peón español, Esteban Arguelles a quien apodaban de la misma manera. En España se le conocía como El Joselito mexicano.
Hijo de Fermín Espinosa Orozco y de María Saucedo Flores, Fermín Espinosa había nacido el 3 de mayo, Día de la Santa Cruz, de 1911 en Saltillo, Coahuila.
Y habiendo cumplido, apenas cinco meses antes, los 16 años un 23 de octubre de 1927, Antonio Posada le cedió los trastos en los tercios de El Toreo, con Maromero, de San Diego de los padres. Su padrino fue el propio Posada y el testigo Pepe Ortíz. Así se convirtió en el torero más joven en la historia del toreo en México. Sus inicios, compitiendo con figuras de renombre y ampliamente publicitadas, no fueron nada fáciles. Soporta con estoicismo y clase, ninguneos y vejámenes mientras toreros mucho menos aptos y talentosos se repartían contratos y notas de prensa, aquí y en España.
Debutaría en España el 25 de marzo de 1928, en la monumental de Barcelona con el toro Bailador; su hermano Juan es el encargado de cederle los trastos con Vicente Barrera como testigo . El 10 de mayo, mes y medio después confirma en Madrid con el toro Gaditano; Manuel Jiménez (Chicuelo) fue su padrino en tanto que El Gitanillo de Triana, Francisco Vega de los Reyes, el testigo.
Después de asombrar a México desde becerrista por su intuitiva y precoz maestría, la España de los toros, con mayor fuerza y convicción se rindió a su arte. Pero al deslumbramiento inicial le siguió un impasse pues junto a artistas como Chicuelo, Cagancho y Cuyo Puya; o bulllidores hiperactivos como Vicente Barrera o Manolo Bienvenida, el joven mexicano, demasiado conciso y sobrio parecía soso, desangelado. En el final de la década de los 20s toreó menos corridas cada vez. Las temporadas 29-30 y 30-31 las tuvo qué pasar en España pues la empresa de El Toreo prescindió de él.
Bajo un cielo encapotado, un cartel de segundones y poca gente en los tendidos, la corrida de aquel 5 de junio de 1932 en el viejo circo de la Carretera de Aragón, transcurría gris. Hasta que saltó a la arena el cierraplaza Centello,negro y de finas hechuras; codicioso y noble desde el principio. Y Fermín, dispuesto a todo se volcó con ese toro al que le cuajó una de las faenas más señeras, Una lidia redonda de principio a fín; armonía en estado puro. El público exigió y obtuvo una oreja de Centello; y paseó al mexicano en hombros por los callejones de la villa del Oso y el Madroño hasta bien entrada la noche.
Ese mismo año, ya en la fama, Fermín Espìnosa surgía triunfador absoluto en las corridas generales de Bilbao. En la segunda mitad de 1932 hizo 27 paseillos en la península, pero al año siguiente serían 51; 64 en 1934 y para el 35 quedó como líder en corridas toreando en 65 ocasiones.
Con la puñalada a traición dado a la naciente República a través del fracasado cuartelazo de Franco, que dio lugar a la guerra civil (un millón de muertos, un millón de exiliados), las relaciones taurinas entre España y México quedaron rotas, situación que prevaleció hasta 1944, años en que el toreo mexicano se consolida con valores y carácter propio hasta vivir su propia edad de oro. Época en la que surgirían, al lado de Armillita, personalidades del calibre de Lorenzo Garza, Luis Castro El Soldado, Alberto Balderas, Jesús Solórzano, Silverio Pérez, Carlos Arruza, Luis Procuna y varios más.
Fermín Espinosa Armillita regresa a la península en 45 y 46; cobra en Sevilla uno de los poquísimos rabos otorgados en La Maestranza; triunfa en Bilbao, y en Barcelona le son otorgados el rabo y las cuatro patas del noble Clavelito, de Justo Puente.
Ningún torero mexicano logró en nuestra capital, lo que Fermín: Entre 1927 y 1954 llegó a sumar 157 paseillos (136 en El Toreo de la Condesa, 15 en la México y seis en Cuatro Caminos). Ganó cuatro veces la Oreja de Oro en 1928, 32, 37 y 42; rivalizó con Domingo Ortega lo mismo en España y México que en Portugal y Perú; venció a Manolete cuantas tardes alternaron en plazas del DF.
Se le reconocieron siempre a Armillita, una insólita comprensión del carácter de las reses y un dominio cabal de los tres tercios y las suertes más variadas.
El 15 de diciembre, en el inicio de la Temporada Grande de 1946, su faena con Nacarillo, de Piedras Negras fue (y aquí me voy a permitir el lugar común) apoteótica. En su crónica de El Universal, Carlos Septien García lo enunció así: “Torero inmortal este Fermín de Saltillo, con el que México se incrusta triunfalmente en la historia del toreo universal.”
El Maestro de Maestros fue el creador del lance con el capote conocido como Saltillera; cortó el 20 de diciembre de 1936 en el Toreo de la Condesa, 6 orejas, 2 rabos y una pata a los toros Cantarito, Garboso y Pardito, de San Mateo. Y a pesar de todos sus triunfos y de su toreo, elegante como ninguno, hay quienes no le perdonan el no haber aportado su ofrenda de sangre. Salvo dos puntazos y algunas volteretas, la única cornada sufrida por Fermín Espinosa, se la dio el toro Despertador, el 20 de noviembre de 1944 en la plaza de San Luis Potosí.
Armillita se retira formalmente de los ruedos el 3 de abril de 1949 y muere el 5 de septiembre de 1978 a causa de una peritonitis aguda. Menos de tres años después, el 23 de enero del 81, moriría durante una tienta en el ruedo de Coaxamalucan, Jorge Ranchero Aguilar, gloria del toreo tlaxcalteca.
En septiembre pasado conmemoramos el 36 aniversario de la desaparición de este Fermín de Saltillo, el más poderoso y a la vez sencilla y elegantemente artista.
En la plazuela de San Francisco de Saltillo fue levantada una estatua en su honor; la plaza de toros de Jalostotitlán, en Jalisco fue bautizada con su nombre. Agustín Lara le dedicó el pasodoble Fermín, interpretada, entre otros cantantes, por Plácido Domingo.
Justa nota al calce: Aunque a destiempo debo agradecer al ganadero de Coaxamalucan, Héctor González Pérez (HG), a Rafaél Flores Ramos, el entrañable Chacholín; a Eduardo Martínez y a Juan Pablo Estrada, quienes, quizá sin proponérselo, me ilustraron sobre el tema.