Declaraciones de México y Oaxaca
LA CONSTITUCIÓN, 102 años
En 1857, la primera constitución plenamente liberal de la historia mexicana se firmó frente a un crucifijo. En su primera línea la constitución hacía referencia a Dios; su precursor, don Valentín Gómez Farías (quien enfermo acudió en andas a la jura) besaría el crucifijo consagrando así aquél sacramento de la patria, según palabras de Enrique Krauze. Sesenta años después, en el mismo escenario, los actores y las cosas, fueron distintos.
La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las acciones que guían su aplicación concreta no son producto de una abstracción ni de la simple elaboración de conceptos teóricos. No inventa sus propias circunstancias para imponerles juicios o esquemas predeterminados.
Es creativa porque parte siempre del conocimiento de hechos específicos y se desenvuelve a partir de los signos históricos que modifican los escenarios en que tienen lugar las relaciones entre el Estado y la sociedad y de la sociedad misma entre sus diversos componentes.
Después de más de treinta años de inmovilidad, los constituyentes de 1917 tuvieron la suficiente sensibilidad e imaginación para retomar el ímpetu destructivo de la fase armada de la Revolución Mexicana y hacer que deviniera en un proyecto constructivo: nuestro proyecto de nación. Sabían que el documento que saliera de sus ideas, sus discusiones y propuestas no lo sería para detener el cambio, sino precisamente, la vía para encausar las transformaciones del país.
Se trataba de un grupo heterogéneo; desde militares que habían participado en la bola; los había moderados, adictos a la línea conservadora del presidente Carranza; había radicales obregonistas, progresistas, intelectuales, y entre ellos tenían presencia los tipógrafos, algunos periodistas, sastres, ferroviarios, obreros y campesinos.
Y todos tenían muy claro que la Constitución real de un Estado no es únicamente la realidad ni el cuaderno que recibe ese nombre, sino, como lo expuso el doctor Jorge Carpizo en el setenta y cinco aniversario de la creación de la Universidad Nacional: “es el punto en el cual la realidad jurídicamente valorada y la Constitución escrita se encuentran. Es decir, la Constitución no es sólo un ser o únicamente un deber ser, sino que es un ser deber ser.”
Se había traspasado con relativo éxito, la fase más crítica de la lucha armada. Por tanto los triunfadores se enfilaron a la tarea fundamental de la hora: asentar su dominio y anticipar los cimientos del nuevo orden.
El presidente Venustiano Carranza, Primer Jefe y encargado del Poder Ejecutivo convocó el 19 de septiembre de 1916, a un congreso constituyente para codificar el nuevo pacto político del México que emergía de la Revolución. Las elecciones de los diputados constituyentes se celebraron el 22 de octubre. El requisito único de ingreso fue haber permanecido durante la guerra civil, fieles al Plan de Guadalupe y al liderato de Carranza. “Un congreso exclusivo: sólo para carrancistas, considera Lorenzo Meyer en su estudio “A la Sombra de la Revolución Mexicana”, editado por Cal y Arena en 1989.
Carranza, formado en el horizonte liberal decimonónico, miraba al país urgido de una reorganización política y una restauración constitucional, tal como lo había estado en la época de Juárez al término de la intervención extranjera cincuenta años antes. Su proyecto constitucional repetía casi literalmente la Constitución de 1857 con una sola reforma fundamental: Los constituyentes del 57 tenían fresca en la memoria, los excesos de la dictadura de Antonio López de Santa Ana en sus 11 presidencias consecutivas. Y por tanto habían reducido a una expresión mínima el poder presidencial.
La única propuesta reformadora de Carranza fue la de un Poder Ejecutivo fuerte, capaz de sortear las emergencias de la hora y de garantizar en adelante, por consecuencia confiado de su propia fuerza, la existencia real de los otros poderes, las libertades municipales y las soberanías republicanas de los estados.
El ala jacobina del Congreso quiso ir más allá; quiso reconocer también la huella humeante de las demandas sociales subyacentes en la guerra civil; cincuenta mil hombres permanecían en armas en distintos puntos del país. Fue la facción obregonista el ala reformadora y verdaderamente creadora de la Constitución Mexicana que conocemos: la de 1917. Su intervención añadió, en arduos debates los compromisos de una legislación laboral (artículo 123); una educación obligatoria y laica (artículo 3º) ; una legislación agraria que dio pleno dominio a la nación sobre el subsuelo y sus recursos naturales, y sometió la propiedad a las modalidades que dicte el interés público (artículos 27 y 130).
De allí salió no solo una constitución política sino también una constitución social que gravó, en la perspectiva del nuevo Estado las realidades estructurales que la violencia había sacado de los sótanos del porfiriato.
Los diputados carrancistas, por su parte, introducirían su propia corrección política a la Carta, las reformas anunciadas por el Primer Jefe a la estructura de los poderes públicos: fortalecimiento del Poder Ejecutivo, límites al Poder Legislativo, inamovilidad de los magistrados del Poder Judicial para asegurar su independencia, supresión de la vicepresidencia, autonomía municipal.
Son memorables las discusiones sobre los diversos artículos; memorables también las lúcidas participaciones de personajes como Pastor Rouaix, Andrés Molina Enríquez, José Natividad Macías, Froylán Manjarrez, Francisco J. Mújica, Esteban Baca Calderón (sobreviviente de la huelga de Cananea), Alfonso Cravioto o Heriberto Jara.
Después de dos meses de debates, el 5 de febrero de 1917 se proclamó la Constitución. No era como la había esperado Carranza, la última palabra de la etapa liberal, sino la primera de la época revolucionaria.
La Constitución nos otorga las reglas del comportamiento político de gobernados y gobernantes; una concepción ética de la existencia y, por tanto, el aseguramiento de los derechos intrínsecos de los hombres; los derechos que los hombres tenemos sobre y por encima del Estado.
Quienes hemos planteado que el centenario (hace dos años) de la promulgación de la Constitución de 1917 merecía en Tlaxcala una más digna conmemoración, invitamos a los historiadores, a los juristas, a los universitarios, a los maestros, a los activistas sociales y a toda la ciudadanía, a dedicar unos minutos cada semana (no es mucho), a releer algún capítulo (cualquiera) la Constitución, no sólo porque ésta representa la base de todo nuestro sistema jurídico y , por tanto, del Estado de Derecho, sino porque expresa, quizá mejor que ningún otro texto, las aspiraciones democráticas, las garantías sociales y las reivindicaciones nacionalistas que han hecho a la historia de México.
Su texto no es solamente para especialistas, tiene dedicatoria para todo ciudadano. Y no es nada aburrido, al contrario.