Libros de ayer y hoy
Opciones existen, pero el Presidente no cree en ellas.
Pudiera acudir a los mercados internacionales y tomar una porción de deuda en condiciones muy favorables y extensión a varias décadas. Pudiera convocar a un acuerdo de unidad nacional con compromisos específicos para inversiones comprometidas y ejercidas en regiones y sectores económicos que generarán empleo formal del mucho que se necesita. Pudiera aumentar impuestos (México recauda un 17 por ciento en relación a su PIB, mientras que el promedio de captación fiscal de las naciones de la OCDE es de 34 por ciento), pero no hay nada más inconveniente que eso en un año electoral que viene.
Por eso nos vamos a apretar el cinturón pasando de una austeridad republicana a una austeridad franciscana. Nos vamos a joder durante al menos seis años.
La pobreza aumentará, el empleo será peor pagado, incrementará la informalidad y con seguridad, lamentablemente, habrá de dispararse la inseguridad y la violencia.
Pero no incrementaremos (mucho) de nuestra deuda.
En el momento en que se escriben estas líneas faltan menos de 24 horas para que se presente el Plan Nacional de infraestructura.
Es posible que sea un generoso listado de obras que podrán iniciar este mismo año y en los sucesivos con compromisos de inversión tanto de la iniciativa privada nacional y extranjera así como compromiso de apoyo del Gobierno Federal. Si pretenden que ese plan contribuya a una rápida respuesta de la economía tendrán que aderezarle algunos otros atributos.
Apoyos fiscales, incentivos a la inversión, deducibilidad absoluta, la aplicación de cargas sociales en remuneraciones, deducibilidad al 100 en inversiones que se traduzcan en beneficios económicos y empleos, devolución del IVA y más. Pero ni se entusiasme. Eso no va a pasar.
Esperemos que el plan que se anuncia presumiblemente este 5 de octubre traiga algunas ventajas extras en un listado de obras a realizar, aunque lo más probable es que ello no suceda.
El plan es que nos ajustemos el cinturón y que nos ampare la Virgen de Guadalupe.
Las cifras que avalan la afirmación de que se vive la crisis económica más severa en 88 años no permiten titubeos.
La Población Económicamente Activa entre marzo de 2020 y el mes de agosto se contrajo -4.2 por ciento; La población desocupada pasó de 1.7 millones en marzo a 8.6 millones en agosto; la subocupación pasó de 2.9 por ciento en el tercer mes del año a 5.2 por ciento en el octavo mes. La tasa de desocupación pasó de 9.1 por ciento a 17 por ciento en agosto. Nos falta recuperar cinco millones de empleos de los 12.5 millones que presumiblemente nos costó el distanciamiento social entre abril y mayo.
México es la quinta nación con mayor afectación por la pandemia solo después de la India, Perú, Reino Unido y España aunque el año no termina y esperamos una segunda ola de contagios en el país lo que hará más lenta la recuperación probablemente.
De la caída no nos salvamos por supuesto. Podemos amortiguar el golpe o más bien pudimos haber amortiguado el golpe, pero no lo hicimos. Pudiéramos propiciar una más rápida recuperación con un programa de emergencia que tampoco haremos. La factura será más alta pero finalmente la pagaremos entre todos. Así parece entenderlo el Gobierno.
O sea… nos sacamos la rifa del tigre. Quién lo haya soltado que lo amarre dijo el presidente López Obrador cuando era candidato a la Presidencia en marzo de 2018.
Ahora, le toca.