Poder y dinero/Víctor Sánchez Baños
Segunda vuelta ciudadana: a la primera
La segunda vuelta en la elección presidencial es indispensable, pero con la obligatoriedad de formar gobiernos de coalición. Sólo así hay un horizonte de gobernabilidad, pues la segunda vuelta en frío no garantiza nada.
En todo caso la discusión es ociosa, pues no hay tiempo para ninguna de las dos.
La Constitución mandata que no se pueden hacer cambios a la legislación electoral 90 antes de iniciado el proceso. Y ya estamos en ese periodo en que la carta magna prohíbe modificar las leyes en la materia.
Es astuto el planteamiento de cambiar la Constitución para que lo permita, aunque un poco forzado y voluntarista, al estilo Los Relámpagos de Agosto (Vamos a cambiar la Constitución. ¿Por qué? Por improcedente).
Sin embargo es eso lo que quiso proteger el constituyente: que no se modifiquen las leyes electorales al calor de unos comicios.
En todo caso el tema es polémico e interpretativo, y si Morena logra que un tribunal eche abajo esa modificación, ya habrá vencido en esta elección presidencial ocho meses antes de que se realice.
Con el solo hecho de plantear la segunda vuelta para esta elección presidencial, López Obrador ya se hace la víctima y sus adherentes hablan de “un segundo desafuero”.
No importa, me dijo un precandidato presidencial del PRI, que haga berrinche y agite en todo el país: peor para él.
El problema está en la discutible constitucionalidad de la reforma por encontrarnos en proceso electoral, que un tribunal puede rechazar, pues lleva dedicatoria.
Sí procede que una vez concluido el proceso electoral se modifique la Constitución para que haya segunda vuelta en la elección presidencial, con la obligatoriedad de formar gobiernos de coalición en caso de que nadie obtenga la mayoría en el Congreso (42 por ciento). A partir de la elección de 2024.
Vayamos a una reforma profunda, como la planteó Beltrones, y no a una sobre las rodillas como la quiere Anaya, que podría hacer presidente a López Obrador a consecuencia de un fallido segundo desafuero.
A López hay que ganarle a la buena, como ha ocurrido hasta ahora. Y desde luego que se puede.
Este cambio constitucional se debió hacer hace varios meses atrás, sin torturar a la Constitución. Pero en ninguno de los grandes partidos hubo el consenso interno suficiente como para acometer esta tarea.
Ni PRI, ni PAN ni PRD empujaron con fuerza para el cambio constitucional que nos llevaría a la segunda vuelta con gobiernos de coalición, y ahora se muerden las uñas porque el ganador puede ser el abanderado del populismo autoritario.
El daño ya está hecho y no hay que hacerlo más grande.
Lo que procede, para esta elección, es hacer la segunda vuelta en la primera: votar con el cerebro y no con el corazón.
El candidato de las fuerzas liberales que vaya arriba en las encuestas debe ser el que capitalice el voto de rechazo a la regresión populista, estatista y opresora de libertades, que ya tiene su abanderado.
La palabra la tiene la ciudadanía, pues los partidos no quisieron la segunda vuelta con gobiernos de coalición para estos comicios presidenciales. Todos se pensaron ganadores en solitario.
Se equivocaron, y la segunda vuelta la deberá hacer el propio electorado, noqueando a la primera.
Y con plena conciencia de que ni así el perdedor va a aceptar el resultado. Ni en primera ni en segunda ni en quinta vuelta, porque no es demócrata. Pero no es lo mismo ganarle por medio punto que por ocho.