Libros de ayer y hoy
La noticia no puede ser más desgarradora: tres estudiantes de cine de Guadalajara fueron secuestrados, torturados, asesinados y disueltos en ácido por una fracción del Cártel Jalisco Nueva Generación.
Ante esa brutalidad es más grande la ofensa de un candidato presidencial: amnistiar a criminales para resolver el problema de la violencia.
¿Qué vamos a hacer con esos monstruos que torturan a tres muchachos y luego disuelven sus cuerpos en ácido? ¿Amnistiarlos?
Qué horror lo sucedido. Pobre de nuestro país.
Qué horror que un candidato presidencial con amplias posibilidades de ganar diga que hay que darles amnistía a los que asesinan, torturan y mutilan.
Es terrible que algunos obtusos insistan en que el criminal es “el Estado” y su lucha contra el narco.
La lucha debe ser implacable contra los homicidas, torturadores y secuestradores que cometen esas barbaridades al amparo del tráfico de drogas y la lucha por el control de territorios.
¿Control de territorios? Sí, esos asesinos se pelean en Jalisco los espacios que son de la nación, de todos nosotros.
Lo que hay que reclamarle al Estado es no ser lo suficientemente eficaz para nulificar la actividad criminal de esas partidas de desalmados.
El problema es más profundo, sin duda, pero hay que atacar con toda la capacidad del Estado a las bandas que, como en Jalisco, secuestran y mutilan a estudiantes.
Sí es de fondo la crisis de violencia y de crueldad. Algo está muy podrido en la sociedad.
Denise Maerker puso el dedo en la llaga en el debate de los candidatos presidenciales: los que matan y torturan a mexicanos también son mexicanos.
Algo hemos hecho muy mal como para producir ciudadanos con esa saña criminal.
Cómo llegamos a criar seres humanos que son capaces de cometer monstruosidades como las que infligieron a los jóvenes Salomón Aceves, Marco Ávalos y Daniel Díaz, del Centro de Artes Visuales.
Tuvieron la desdicha de caer en una finca que sirve de refugio a una de las bandas escindidas del Cártel Jalisco Nueva Generación, que disputa con otra el monopolio del delito en el oriente del área metropolitana de Guadalajara, más los municipios de Tonalá, Tlaquepaque y El Salto.
La lucha contra la delincuencia debe tener dos brazos, y sólo tiene uno y funciona mal.
Tiene el brazo de la fuerza, que por sí sólo no es capaz de contener lo suficiente la expansión de ese tipo grupos homicidas.
Duro contra los criminales.
Cero amnistía a los delitos de sangre.
Y, por otra parte, hay que poner en acción el segundo brazo, que está inutilizado: reorientar la política social.
La que tenemos es útil para que mucha gente salga de la pobreza extrema y no pase hambre, lo que de suyo tiene un valor.
Pero la política social que hemos seguido desde que desmantelaron Solidaridad, no sirve para estrechar vínculos comunitarios. Se abandonó el impulso a la tarea compartida de superar las carencias.
Todo es individualismo. Tu cheque. Tu beca. Tu despensa. Tu etiqueta de pobre en la frente para que te sigan ayudando, pues si no la traes regresas al hambre.
Ese individualismo no funciona en México. Sólo sirve para llenar el estómago y no para crear comunidad.
Fomenta el egoísmo y la competencia entre quienes se deberían ayudar (como la comunidad huichol que puso una gasolinería que trabajan y administran entre todos. ¿Por qué no se multiplica eso?)
Si no se estuvieran disolviendo los vínculos comunitarios como los que ancestralmente hemos tenido, en México no tendríamos estas recurrentes pesadillas como las de Guadalajara, Iguala y Michoacán.
Y cero pacto con criminales. Cero amnistía a los delitos de sangre.
Al contrario, más acción del Estado, y sobre todo más eficaz.