Abanico
Otra vez, como La Llorona, vuelve a deambular por el país la leyenda del “fraude del 88”.
A raíz del nombramiento de Manuel Bartlett al frente de la Comisión Federal de Electricidad, se multiplican las acusaciones en su contra que dicen que “le robó la presidencia” a Cuauhtémoc Cárdenas.
Falso. El candidato del Frente Democrático Nacional no ganó esas elecciones, ni ninguna de las otras dos en que contendió por la primera magistratura.
También alegó fraude en la elección que perdió contra Zedillo y Diego Fernández de Cevallos.
Su despojo es un mito construido a partir de una falsedad, o de una aspiración.
Las actas de esos comicios no fueron destruidas, sino que están microfilmadas en el Archivo General de la Nación.
“Se quemaron las boletas y no se recontaron los votos”, se dice y es cierto.
Años después de esas elecciones se incineraron las boletas, como ocurre con las papeletas de todos los comicios en México y en cualquier parte del mundo donde hay elecciones.
El responsable del centro de cómputo del PSUM -partido insignia de esa alianza-, José Woldenberg, declaró en aquel entonces que no tenía elementos para decir que Cárdenas ganó. Tampoco podía decir que perdió.
Lo de la “caída del sistema” también es mentira.
Me encontraba esa noche, como reportero de La Jornada, en la sesión de la Comisión Federal Electoral en la secretaría de Gobernación. Hubo mucha molestia de los representantes del Frente Democrático Nacional porque no se daban a conocer los resultados como se había prometido.
El error estuvo en que días antes de esos comicios, un grupo de reporteros nos reunimos con el director del Registro Nacional de Electores, José Newman Valenzuela, quien nos dijo -a pregunta mía-, que sí, que habría resultados la misma noche del seis de julio.
No ocurrió de esa manera.
La versión que pude reconstruir es que los primeros datos que llegaban al centro de cómputo (primera vez que se utilizaban esas tecnologías en una elección) eran los del Distrito Federal, donde Cárdenas, en efecto, vencía con holgura.
“Ganamos en el DF; el PRI es tercero”, me dijo esa noche un eufórico Graco Ramírez, bajo la llovizna en el enorme patio del palacio de Bucareli, atestado de miembros del FDN.
Hasta ese lugar llegaron los candidatos presidenciales Cuauhtémoc Cárdenas, Rosario Ibarra y Manuel Clouthier, para exigir resultados como había prometido el Registro Nacional de Electores.
Entre tanto, un grupo de corresponsales extranjeros se reunió con el secretario General del PRI, Manuel Camacho Solís, y al cabo de un rato, ya en la CFE, nos comentaron su conversación.
Camacho les dijo que el candidato presidencial del PRI perdía en el DF, Morelos, Guerrero y Michoacán (si mal no recuerdo). Pero que la presidencia la ganaba Carlos Salinas.
Mientras crecía la tensión, salió Jorge de la Vega Domínguez, presidente del PRI, a declarar vencedor a Salinas de Gortari. Lo hizo sin datos, y anunció un triunfo “claro, amplio y contundente” del abanderado de su partido.
Salinas no salió esa noche a declararse vencedor.
Concluidos los cómputos, el miércoles, los números dieron la victoria a Salinas. Los distritales lo confirmaron.
No hay una sola evidencia de que Cárdenas haya ganado. Cero.
Fueron unas elecciones profundamente inequitativas, sí.
Los reporteros que cubríamos la campaña del PRI viajábamos en un avión del Estado Mayor Presidencial pintado de blanco.
La caravana de autobuses del candidato las escoltaba la Policía Federal de Caminos.
Quienes formábamos el pool de prensa (La Jornada, Televisa, El Universal, Excélsior y unomásuno) seguimos al abanderado priista por todos los pueblos del país, en helicóptero.
El PRI, financiado por la partida secreta de la Presidencia, tenía profesionales desplegados en todo el país para apoyar la campaña.
Fue tan inequitativa la elección, que en torno a Cuauhtémoc Cárdenas surgió un movimiento masivo que exigía democracia real en el país.
Así, el nuevo gobierno creó el IFE, la credencial de votar con fotografía, y por primera vez los opositores tuvieron la posibilidad de acceder a la televisión, con el debate histórico en que Diego Fernández de Cevallos venció a Cuauhtémoc Cárdenas y a Ernesto Zedillo.
En el siguiente sexenio todos los partidos tuvieron financiamiento público a raudales.
Y al segundo o tercer año de su gobierno, Zedillo eliminó la partida secreta, que aceitaba la maquinaria priista.
Esa es la historia. Cárdenas no ganó. Perdió en unas elecciones inequitativas que sirvieron para transformar el sistema político mexicano en una auténtica democracia.
(El lunes próximo no aparecerá Uso de Razón. Nos encontramos el martes)