Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Ahora resulta que López Obrador tendría una carta de lujo para realizar cabildeo en los niveles más altos del empresariado del país: el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray Caso.
Es lo que refiere el portal internacional de noticias La Política On Line, con base en Argentina y ramificaciones en diversos países, como México.
De acuerdo con la publicación, Videgaray, sin autorización, estaría realizando una negociación con el equipo lopezobradorista a fin de salvar las reformas que emprendió México en este sexenio, a cambio del acercamiento de grandes empresarios al equipo del abanderado de Morena.
Lo anterior habría provocado el enojo del presidente con su canciller y la protesta airada del jefe de campaña de José Antonio Meade, Aurelio Nuño.
Esa información, nos dicen fuentes que están fuera de toda duda, es falsa.
Los pecados de Videgaray son otros, y tienen como nutriente su arrogancia y protagonismo. Pero la traición no está en su ADN, dicen quienes lo conocen.
¿Por qué suena el nombre de Videgaray cuando se trata de inventar historias misteriosas y fantásticas?
Porque, efectivamente, el canciller tiene la tendencia a ser ajonjolí de todos los moles.
La semana pasada el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, salió a refutar una información del Wall Street Journal que daba cuenta de un fuerte enfrentamiento entre él y Videgaray por la forma de abordar las negociaciones del TLC con Estados Unidos y Canadá.
Videgaray sería partidario de un arreglo precipitado, no del todo ventajoso para México, mientras que Guajardo era el “duro” del lado mexicano, que no se dejaba presionar por los tiempos políticos y prefería tardarse a conseguir un acuerdo que no fuese satisfactorio para nuestro país.
Guajardo dijo que no había tal fricción y que ese tipo de informaciones eran parte de la estrategia de negociación de los estadounidenses.
Sin embargo, The Wall Street Journal no mintió. Sí hubo choques entre Videgaray y el secretario de Economía por las razones aludidas. Ya hubo arreglo entre ambos, nos aseguran, pero de que estaban en malos términos, sí era verdad.
Videgaray también estaba metido en otro problema: quería llevar todos los hilos de la campaña de José Antonio Meade y del PRI, con los graves errores que se cometieron en los primeros meses.
Él puso y sostuvo contra viento y marea a Enrique Ochoa al frente del PRI, mientras la mística y la unidad interna en ese partido se deshacía. Hasta que el barco, efectivamente, comenzó a mandar señales de naufragio. Videgaray perdió la partida, aunque demasiado tarde para recuperar el terreno perdido en los erráticos primeros meses.
Su imposición de Alejandra Sota, excelente persona, pero con magros resultados en el gobierno de Felipe Calderón, en el de Eruviel Ávila, en la campaña de Alfredo Del Mazo y en la de José Antonio Meade, lo llevó a fuertes fricciones con el círculo cercano del abanderado del PRI.
Otro error, pues, derivado de su talante autosuficiente e impositivo. Y, a veces, atolondrado.
Fue así como trajo a Donald Trump a Los Pinos cuando apenas era candidato a la presidencia de Estados Unidos y se había convertido en un elemento de unidad nacional en repudio a su anti mexicanismo. El presidente Peña nunca se recuperó de ese golpe.
Peor aún fue su influencia en los primeros años de gobierno, al aislar a Peña Nieto y convertirlo en un presidente lejano y ajeno a sus gobernados.
La estrategia de Videgaray fue exitosa al sacar adelante las reformas largamente pospuestas, mediante acuerdos cupulares que fructificaron. Pero el presidente debió renunciar a la cercanía con su pueblo, dejó de ser querido, cayó en la aceptación ciudadana y ahora su partido está en riesgo de perder la Presidencia y de que las reformas se reviertan.
¿Videgaray le acerca empresarios a López Obrador a cambio de sostener las reformas? Falso.
¿Hay ya un pacto entre el presidente Peña y AMLO?
Esa es otra historia. De eso se trata la columna de mañana.