Historias Surrealistas/Javier Velázquez Flores
Con el control de la dirigencia nacional del PAN en sus manos, Ricardo Anaya se paseó triunfante por el Consejo realizado el sábado en la Ciudad de México, luego de haber llevado a su partido a la peor derrota en una elección presidencial en la era moderna.
No quiere soltar al partido luego de haberlo hundido con el 17.6 por ciento de los votos.
Eso fue lo más preocupante: no se vio capacidad ni talento en los panistas para reaccionar ante el tamaño de la adversidad.
Por lo visto, Acción Nacional quiere morir abrazado a un cadáver político.
Lo vitorearon, lo felicitaron, se tomaron selfies con Anaya… que llevó al partido a perder casi la mitad de su votación.
Con esa lógica, si Santa Anna se hubiera aparecido en el Consejo panista, también lo hubiesen aclamado.
De acuerdo con lo que trascendió de la reunión a puerta cerrada que tuvo lugar el sábado, los jefes del PAN atribuyeron la derrota a dos factores, uno interno y otro externo.
El interno -dijeron- fue que algunos panistas se aliaron al PRI.
Y el externo, a la campaña del gobierno federal contra el candidato Ricardo Anaya.
Vaya forma de eludir sus responsabilidades y de presentarse como víctimas.
De ser cierto lo que aducen, la dirigencia y el candidato no tuvieron responsabilidad alguna en la catástrofe.
El primer factor se reduce a que Ernesto Cordero y Eufrosina Cruz dijeron que iban a votar por Meade, con quien se identificaban más que con Anaya y ese amasijo promiscuo que fue la alianza con algunas tribus del PRD.
¿Tanto pesan Cordero y Eufrosina? ¿Tantos votos le quitaron al PAN y se los dieron a Meade?
A otros bobos con esa cantaleta.
También culpan, como factor externo, a “la campaña del gobierno federal contra Anaya”.
O sea que el hecho de que Ricardo Anaya vendiese una nave industrial en 54 millones de pesos a lavadores de dinero fue culpa del gobierno.
Ya pasó la campaña. Basta de juegos. El PAN necesita ser rescatado de la mediocridad y del oportunismo porque el país necesita a ese partido.
En tiempos que avanza sobre México el advenimiento de un partido prácticamente único y el retorno del Jefe Máximo, los panistas se empequeñecen y disputan cuotas de poder que nada valen ante lo que se viene.
Como resultado de ese Consejo la dirigencia del PAN debió haber renunciado en pleno, sin importar que pronto habrá elecciones internas.
Ricardo Anaya tendría que admitir que se equivocó al violentar todos los mecanismos democráticos de Acción Nacional para liquidar a sus contendientes internos y quedarse con la candidatura presidencial, aliado al PRD que aportó 2.5 por ciento de los votos a esa alianza.
De sentido común era haber formado una comisión de reconciliación que invitara fraternalmente a Margarita Zavala a regresar al partido y dejar sin efecto las expulsiones venales que llevaron a cabo horas antes de las elecciones.
Lo que hicieron, en cambio, no tiene ninguna credibilidad como autocrítica ni ofrece aliento alguno para recuperar al PAN.
Como dijo ayer Carlos Medina Plascencia en entrevista con El Financiero, después de ese Consejo el PAN se puso en la ruta de debilitarse aún más e incluso en riesgo de desaparecer.
México tiene en el futuro inmediato un escenario de concentración de poder casi absoluto en manos que no son demócratas.
Y la fuerza política democrática por excelencia, el Partido de Acción Nacional, se desdibuja en el egoísmo de sus líderes que preparan desde ya una elección marrullera, con un padrón no confiable y con todos los resortes del poder interno en manos de los artífices de su estruendosa derrota.
Dice bien Medina Plascencia en la entrevista con la reportera Susana Guzmán: “me parece que esto no va a tener un bien final”.