Poder y dinero/Víctor Sánchez Baños
Fue un gesto de notable civilidad política que el presidente Enrique Peña Nieto haya sido invitado a comer a la casa de su sucesor, y que aceptara.
A eso se le llama normalidad democrática, que mucho se agradece en tiempos de crispación política, cuchillos largos, piras encendidas para quemar lo bueno y lo malo que se ha hecho, junto con sus autores.
Esperemos que dentro de cinco años y diez meses, cuando el presidente López Obrador esté a nueve días de concluir su mandato, acepte ir a comer a la casa de su sucesor, un político de oposición a su gobierno.
Que no le importe que haya hecho parte de su carrera política criticándolo e insultándolo, como hizo López Obrador con Peña Nieto.
Y que a pesar de ser de oposición a su gobierno, contrario a sus políticas públicas y a su demagogia populista, López Obrador tenga la humildad y la civilidad de acudir a casa del vencedor y comer con él.
Ojalá que en estos años no se repitan todos los insultos que el actual ganador de las elecciones tuvo para con el presidente Peña.
Que el presidente que asumirá dentro de cinco años, diez meses y ocho días, no construya su carrera con base en improperios y rechazo a todo lo que provenga del presidente López Obrador.
Cualquier presidente va a comer a casa de su sucesor si es del mismo partido, o fue catapultado por él para la primera magistratura.
Lo valioso es que ocurra lo que sucedió el miércoles: que el presidente acuda a la casa de su sucesor, que fue su rival político, de quien recibió todo tipo de críticas, agravios, calumnias, y comparta el pan y la sal con él y le entregue la banda tricolor en santa paz.
Los treinta millones de votos que tuvo López Obrador en estas elecciones son contundentes. Pero esas cifras van y vienen.
En tiempos de redes sociales activas y creciente participación ciudadana en los asuntos públicos, los héroes se transforman en villanos a una velocidad sorprendente.
Puede que eso ocurra, o no, en estos años de mandato de López Obrador. Él debe concentrarse en hacer un buen gobierno y prepararse para entregar el mando de la república a quien elijamos en 2024.
No importa que sea un antagonista suyo.
La democracia y la tranquilidad del país son primero, como lo demostró Peña al aceptar la invitación de su rival y sucesor: el que lo insultó, calumnió, y cuyas “tropas” en redes sociales armaron cientos de campañas en cinco años y medio para debilitarlo, ridiculizarlo, empequeñecerlo, denostarlo.
López Obrador tuvo la grandeza de convidarlo a su espacio más íntimo, su hogar, y Peña Nieto correspondió como un demócrata al acudir.
Que no quede todo en un gesto entre López Obrador y Peña Nieto, sino que se haga costumbre esto de la normalidad democrática.
Los vencedores deben acercarse al vencido, escucharlo como hizo AMLO con Peña Nieto.
Y los candidatos perdedores deben aceptar los resultados electorales que no les benefician, así sea por un voto, cinco millones o diez millones.
Esperemos, pues, que el presidente López Obrador acepte las derrotas futuras y apoye al ganador, porque será expresión de la voluntad popular.
Que dentro de cinco años con diez meses, el candidato de oposición, si es que gana, invite a comer a su casa al presidente López Obrador y éste se presente, con humildad de hombre de bien, al encuentro con la regla esencial de la democracia: se gana y se pierde.