No alcanza
El 20 de diciembre de 1994, el presidente Ernesto Zedillo autorizó a su secretario de Hacienda, Jaime Serra Puche, a mover la banda cambiaría para resistir las presiones sobre el tipo de cambio porque el presidente Salinas de Gortari le había heredado arcas vacías en reservas internacionales.
La torpeza de Serra provocó una avalancha de compra de dólares y la devaluación fue histórica; como neoliberal, Zedillo decidió aumentarlas tasas de interés bancarias para proteger a los bancos y a sus accionistas privados, el encarecimiento del dinero provocó la debacle de los deudores –sobre todo de casas y autos– y la pérdida de esos bienes inmuebles; en lo general, el error de diciembre de Zedillo le hizo dilapidara los mexicanos 25 años de bienestar.
Zedillo fue impuesto por Salinas como candidato sustituto después del asesinato de Luis Donaldo Colosio, e inclusive, con serias dudas sobre la lealtad de Zedillo, aunque como jefe de campaña le fue más leal a Joseph-Marie Córdoba Montoya y a Salinas que a Colosio; queda como constancia la carta –publicada por Reforma— del 19 de marzo de 1994 –cuatro días antes de Lomas Taurinas– en la que Zedillo conmina con severidad a Colosio a subordinarse a Salinas y establecer un nuevo pacto que –y era su contexto– liquidara cualquier acuerdo político del candidato con Manuel Camacho Solís.
En la lógica de los días de la primera sucesión de 1993, el escenario transexenal estaba planteado: el candidato sería Colosio, Zedillo se incorporaría como jefe de campaña y luego como pieza fundamental del nuevo gabinete y sería candidato presidencial en el 2000, para completar los tres sexenios salinistas previstos por Salinas. Aunque fue recibido con entusiasmo en 1988 por Salinas en su gabinete como secretario de Programación y Presupuesto, Zedillo en realidad pertenecía al grupo político de Joseph-Marie Córdoba Montoya, un economista francés, naturalizado con prisas por Salinas, convertido en el súper asesor de la oficina presidencial y conocido en el medio político como el ministro del oído presidencial porque en las reuniones de gabinete guardaba silencio y sólo después murmuraba sus opiniones al oído del presidente de la República.
Córdoba construyó un bloque político en el gabinete para confrontar a Camacho, su principal aliado fue Zedillo y Colosio tuvo que navegar entre las consignas anticamachistas de Córdoba, Zedillo y Salinas y su escenario de precandidato presidencial que había previsto la necesidad de contar con algún tipo de entendimiento o acuerdo político con Camacho.
La impericia y el enfoque neoliberal de Zedillo provocó la crisis devaluatoria y el alza en tasas de interés que dañó el bienestar de los mexicanos, pero salvó a los bancos y a sus accionistas privados a través del Fobaproa. A lo largo de su sexenio, Zedillo desdeñó el PRI y tuvo que pagar cara esa decisión: las bases priistas en la 17ª Asamblea Nacional de 1996 colocaron en los estatutos el candado de que los candidatos presidenciales deberían tener un cargo previo de elección popular. Autoritario, Zedillo desdeñó esa decisión, pero no pudo colocar como sucesor a ninguno de sus dos validos: los economistas neoliberales Guillermo Ortiz Martínez y José Ángel Gurría Treviño.
El proceso de sucesión presidencial de Zedillo en el 2000 fue usado para pasarle la factura política al PRI que se le había insubordinado: abrió la competencia de precandidatos, puso al exjefe de la Federal de Seguridad Fernando Gutiérrez Barrios como policía político para controlar el proceso, bloqueó las posibilidades de Roberto Madrazo pintado y de Manuel Bartlett Díaz, a quienes consideraba populistas, manipuló las elecciones internas para beneficiar a su exsecretario de gobernación, Francisco Labastida Ochoa, pero con la intención desde el principio de que no sería el siguiente presidente.
La historia de esa sucesión del 2000 esconde una serie de informaciones que revelaron los hilos reales del poder. La crisis devaluatoria y de escasez de divisas de 1985 la pudo superar Zedillo con un crédito irregular –hipotecando la factura petrolera a EU– de casi 50,000 millones de dólares que autorizó el presidente Bill Clinton sinautorización de su congreso, pero con el compromiso pactado de que Zedillo tendría que liberar el sistema político priista y propiciar la alternancia.
La victoria de Fox fue apuntalada por la decisión del presidente Zedillo de restringirle fondos de campaña a Labastida y negarse –como lo dejó entrever Emilio Gamboa Patrón, uno de los jefes de campaña del candidato– a usar el voto verde de los campesinos priistas para engrosarlas urnas oficiales.
La clave de la aceptación de la victoria de Fox no fue una voluntad democrática de Zedillo, sino un acuerdo secreto con el candidato panista para mantener la continuidad transexenal del modelo neoliberal de desarrollo que habían instrumentado De la Madrid-Salinas-Zedillo; el factor económico que decidió la alternancia estuvo en la designación de Francisco Gil Díaz como secretario de Hacienda del Gobierno de Fox, trasladando el centro de poder de la Presidencia y su partido a esa dependencia financiera.
Gil Díaz, que había sido jefe de Zedillo en el Banco de México, era en ese momento el jefe de los Chicago boys mexicanos, es decir, los economistas educados en el pensamiento neoliberal en la Universidad de Chicago de Milton Friedman, con el dato adicional de que Gil Díaz había sido profesor adjunto de Friedman y desde estudios económicos del Banco de México había aprobado una muy buena cantidad de becas para que economistas mexicanos se fueron a capacitar en el pensamiento neoliberal a universidades estadounidenses, prioritariamente la Universidad de Chicago. Gil Díaz, además, había sido jefe del departamento de economía de lTAM, una Universidad privada fundada como réplica de la Universidad de Chicago de Friedman.
La continuidad del control del modelo neoliberal durante los gobiernos posteriores a Fox reprodujeron el modelo de Zedillo: el presidente Calderón mantuvo la línea de definición de gabinete trayéndose a la Secretaría de Hacienda a Agustín Carstens, que en ese momento era nada más ni nada menos que subgerente general o número dos en el mando en el Fondo Monetario internacional; y Peña Nieto extendió por tercer sexenio la línea del poder político presidencial con la designación de Luis Videgaray Caso como secretario de Hacienda, un economista formado en el grupo técnico de Pedro Aspe Armella, secretario de Hacienda del gabinete de Salinas y también pivote del grupo de economistas neoliberales de Chicago, aunque había estudiado en el MIT –Instituto Tecnológico de Massachusetts–, formaba parte del personal académico del ITAM de Gil Díaz.
Zedillo le debió su candidatura presidencial y por lo tanto el cargo de presidente a la decisión autoritaria del presidente Salinas de Gortari para ponerlo como candidato sustituto del asesinado Colosio, pero con frialdad Zedillo rompió de manera brusca con Salinas al comenzar el nuevo sexenio para desasociarse de la percepción pública de que Colosio había sido liquidado en un crimen político de Estado y el sucesor Zedillo aparecía como el beneficiario de Lomas Taurinas.
Zedillo ordenó el arresto de Raúl Salinas de Gortari a finales de febrero de 1995 como una ruptura brutal con el expresidente Salinas y luego utilizó todo el aparato de la Presidencia, manejado por el secretario particular Liébano Sáenz, para perseguir, confrontar y agredir a Salinas en cada visita a México, hasta provocar el exilio permanente. Luego de muchos años de proceso judicial, Raúl fue liberado por falta de pruebas, pero ya el daño de Zedillo a Salinas estaba hecho.
Zedillo fue una pieza clave en el diseño del proyecto neoliberal de Salinas y la reforma constitucional del Estado que el liquidó el compromiso de la Constitución original de 1910 de asumir justamente al Estado como el rector y eje del desarrollo, privatizando la economía pública. Las únicas intervenciones públicas de Zedillo como expresidente se han dado para defender la economía neoliberal de mercado y a él le tocó acuñar el término de globalifóbicos a los grupos que salían a protestar a las calles en cada reunión internacional de la Organización Mundial de Comercio o del FMI.
Con Salinas y durante su propio sexenio, Zedillo también fue uno de los responsables de privatizar las empresas propiedad de la nación aprovechando de manera autoritaria la mayoría legislativa priista en el Congreso. Y una vez que entregó la presidencia a Fox, Zedillo se autoexilió en Estados Unidos aceptando empleos en empresas transnacionales que habían comprado paraestatales mexicanas, aunque aprovechando la falta de regulación que hoy existe y sin ningún cargo de conciencia para subordinarse a empresas extranjeras que operan en México.
A partir de esta autoridad moral Zedillo viene a dictar directrices para mantener el modelo neoliberal en las elecciones presidenciales de 2024.
Política para dummies: en política –en el rescate que hizo Fernando Savater de un aforismo de Ramón Eder— “es mejor perder sabiendo perder que ganar no sabiendo ganar”.