CIUDAD DE MÉXICO, 8 DE FEBRERO DE 2018.- En 1911, apenas siendo un adolescente, Luis Solórzano fue reclutado en el Frente Zapatista en la lucha de la Revolución mexicana, una gesta que se desarrolló de 1910 a 1920 en el país. En sus andanzas contra los “pelones”, o los “contrarios”, Solórzano venció a la muerte, a la hambruna y a enfermedades igual de peligrosas como la fiebre amarilla y llegó a convertirse en capitán de caballería de un movimiento armado que se prolongó hasta la segunda década del siglo XX.
D e acuerdo a la información de El País, se menciona que una vez terminada la Revolución, Solórzano cambió las armas por la levadura de pan. Lejos del estruendo de las balas, estableció una panadería y formó una familia con Cristina Serrano. “Mi papá conoció a varios generales y estuvo un tiempo hospitalizado porque le dio una bala en el estómago y la cual se llevó, porque nunca se la sacaron”, relata su hija Irene. La mujer guarda en su mente el entusiasmo con el que su padre le hablaba de la valentía de Emiliano Zapata, el líder de la Revolución Mexicana, devoto del cristo negro del municipio de Juitepec, Morelos.
Una distancia de 107 años separa a las memorias de Luis Solórzano con el presente de su hija, Irene. Esta mujer, de 88 años, ahora lucha por recibir la pensión estipulada en la Ley de Beneficios, Estímulos y Recompensas a los Veteranos de Morelos. Una norma que hasta hace un par de años garantizaba a los caudillos de la Revolución Mexicana, a sus viudas, a sus hijos y nietos, el pago de una pensión vitalicia de unos 2.200 pesos (118 dólares) mensuales así como la cobertura de un servicio médico gratuito y un seguro de vida.
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