Día Mundial del Arte: Un homenaje a la creatividad y la expresión
Por pura casualidad cayó en mis manos hace años, el folletín de una historieta del escritor norteamericano Wilbur Munroe Leaft. Escrita en 1936 cuenta la historia de un toro bravo, que, en lugar de pelear, prefiere oler las flores del campo. Fue un éxito editorial, traducido a sesenta idiomas, y se convirtió en un símbolo pacifista, contra el espíritu militar de la época (un animal que se niega a luchar), de tal modo que el texto, considerado subversivo, fue prohibido en la España franquista y en la Alemania nazi.
Walt Disney lo llevó a la pantalla en 1938, y la película, titulada Ferdinand the bull, ganó el Oscar al mejor corto de animación. Y en este 2018 su reedición lograda por la magia de las computadoras hizo que tal fantasía ocupara los primeros lugares en proyección en las salas de España.
Lo anterior tiene qué ver con la sapiencia en materia taurina de otro personaje, éste mexicano.
Por su inteligencia, su gran lucidez y cultura, su irreverencia y su inigualable ingenio, Renato Leduc puede ser considerado como irremplazable. Todos quienes nos dedicamos a la palabra escrita tuvimos y tenemos mucho qué aprender de él. Gran aficionado y conocedor de la llamada fiesta de los toros, de él obtuve –para bien– una gran enseñanza: que la tal fiesta podría serlo para todos, para cualquiera, menos para los toros.
Tenía razón el maestro Renato, como la tuvo recientemente el ahora ex gobernador de Coahuila, Rubén Moreira al promover la iniciativa para prohibir las corridas de toros. Somos muchos los que se lo agradecemos aunque haya otros –los menos—que se muestren inconformes. Ladran Sáncho, luego cabalgamos, como escribió hace casi cinco siglos el genial Manco de Lepanto.
Las corridas; ojalá fueran sólo corridas; correr no es ningún sadismo; sí lo es en cambio, el choque eléctrico en el testiculario para que el astado arranque por el callejón; lo es la colocación de la divisa; lo es la mal llamada suerte de varas en la que, al tiempo que se elogia su bravura ésta le es minimizada mediante los pullazos inmisericordes en el morrillo.
Lo son más las banderillas y los pinchazos que recibe el animal cuando el diestro ¿diestro? no atina a darle muerte en la primera estocada. Sadismo es el arrastre cuando el animal, vivo todavía, está ahogándose en su propia sangre
Del gran Renato escuché también esa máxima o lo que muchos llaman dogma de los taurófilos:
Que viene el toro.. . . se quita usted
¿que no se quita.. . ?. ¡ lo quita el toro… ¡¡
Más que una sentencia o un dogma a mí más bien me parece –dicho sea de paso– un chascarrillo o una de esas obviedades enciclopédicas de los gallegos. Aún así es todo un dogma: el dogma de los taurófilos.
Dogmas taurinos o dogmas religiosos es lo que hoy nos ocupa. Por cierto tauromaquia y religión tienen aparte de sus dogmas, en sus prácticas y manifestaciones, muchas similitudes. Sus ritos, en ambos casos, son solemnes; las vestiduras ornamentales de los oficiantes de la misa guardan alguna semejanza con los trajes de luces de las figuras en el redondel; la sangre de Cristo, en la que se convierte el vino al consagrarse, podría servir de referencia a la sangre del toro derramada en las corridas; religión y tauromaquia tienen su propia música: la gregoriana o sacra para las ceremonias de los católicos y los pasosdobles, seguidillas o martinetes en los espectáculos taurinos. Mártires de la cristiandad son venerados por la grey católica igual que los taurófilos adoran a personalidades como Alberto Balderas, Manolete o Carmelo Pérez (hermano del compadre Silverio), muertos en el ruedo.
Un católico militante tiene en su casa crucifijos, íconos de su deidad o santo preferido; el taurófilo atesora imágenes de sus figuras preferidas: el diestro de frente, de perfil, en un lance o sacado en hombros, así como los toros famosos: el negro zaíno, negro mulato, negro entrepelado, cárdeno claro o berrendo.
Desde luego religiosos y taurinos, con sus dogmas. Sólo que en esto si hay una diferencia. Mientras que para los católicos un dogma es una verdad revelada que no necesita comprobación el dogma taurino por excelencia (que viene el toro) es muy fácil de comprobar. Cuestión de no quitarse cuando se vea venir el toro.