Poder y dinero
En los años recientes dedicamos buena parte de las entregas del Itinerario Político al fenómeno de las redes. Especial atención mereció la caegoría de usuarios de redes que definió Umberto Eco; “la legión de idiotas”.
Y es que, como saben, la mayoría de los idiotas de la legión tienen cara de huevo, otros se ocultan en feos e impronunciables pseudónimos y hasta los hay que confiesan ser idiotas de la legión, en cadena nacional.
El fenómeno de redes es tal que, incluso, algunos expertos clasifican a la actual como una sociedad de la opinión; opinión global y en tiempo real. Sin embargo, la globalidad y la inmediatez de la opinión han gestado no sólo nuevos fenónemos de comunicación, sino nuevos poderes.
Y uno de esos nuevos poderes es el poder de las redes, madre amorosa que, a su vez, arropa y empodera a su hijo bastardo – y al mismo tiempo más peligroso para la democracia–; la legión de idiotas.
De esa manera, pensar distinto, contrario a las “legiones de idiotas” o de plano cuestionar su verdad, es no solo políticamente incorrecto sino una suerte de invitación al linchamiento. Y ay de aquel que piense distinto a lo que dictan las “legiones de idiotas” –que se dicen propietarios de la verdad, la honestidad y la moral–, porque el mundo lo aplasta.
Además de Umberto Eco, se ocupan del tema escritores como Javier Marías, quien dice: “Hubo imbecilidad siempre; imbéciles iban al bar, hacían públicas sus imbecilidades, pero es ahora cuando se organizan, con gran capacidad de contagio. Y hay un problema añadido: la gente se acoquina ante los soliviantados internautas y se disculpa cuando no tiene por qué. Y la gente sufre represalias”.
Pero no se quedó en ello. “Estamos en época de matones, no solo los matones del Estado Islámico… sino de los modernos matones que desde los teclados de sus ordenadores ponen el grito en el cielo por cualquier cosa, que se contagian y azuzan entre sí, que linchan”.
Y frente al atasque de “los matones” de la “legión de idiotas”, Marías recomienda “no hay nada peor que el acoquinamiento, porque da alas a los malvados, a los locos y a los idiotas. Nada peor que ser medroso, timorato, pusilánime… Nada más peligroso que agachar la cabeza ante las injurias gratuitas y las acusaciones arbitrarias, que pedir perdón por lo que no lo requiere más que en la imaginación intolerante de los fanáticos y los matones. Todavía estoy esperando a que la gente alce la cabeza y conteste alguna vez: “No tengo por qué defenderme de semejante estupidez””.
Las posturas que aquí hemos defendido –contrarias al lloriqueo y al fanatismo expresados por las legiones de idiotas en torno al “gasolinazo”–, han provocado que reputados legionarios de la jauría de idiotas exijan que nos despidan los medios a los que ofrecemos nuestros servicios y que dejemos de llamar “legión de idiotas” a los matones que insultan, ofenden, difaman y amenazan de muerte.
Pero resulta curioso que la delirante exigencia de que seamos despedidos por el ejercicio de la dignidad ante los matones de las legiones de idiotas –y el reclamo de que no digamos idiotas a los idiotas–, tienen un origen remoto.
Resulta que cuando apenas cruzamos los primeros 17 años del siglo XXI en la prensa mexicana aparecen resabios de la tara heredada de la primera Ley de Censutra de la historia; “La Pragmática” de los Reyes Católicos; tara que no era otra cosa que una grosera instrucción oficial para censura todo aquello que ofendiera la castidad de los oídos de “las buenas conciencias”.
Es decir, los censores de oficio debían prohibir la publicación de todo texto que, a su juicio, ofendiera la castidad auditiva, la moral y todo aquello que atentara contra las buenas costumbres y “las buenas conciencias”. Eso ocurría gracias a “La Pragmática”, que data del 8 de julio de 1502.
Y eso es lo que hoy –algunos siglos después–, propone la idiotez de los censores oficioso de un aspsirante a rey, en el México del siglo XXI.
¡Rebelión de los idiotas!
Al tiempo.