Libros de ayer y hoy
De niño, “entre los verdes amotinados” del trópico, siempre soñó con el poder y la riqueza.
Y era tan poderosa su aspiración que desde sus mocedades quitó de su camino todos los obstáculos posibles; incluso los apartó mediante la brutalidad del crimen; mató a un hermano y a un amigo que burlones se reían de sus locuaces sueños de grandeza.
Siempre clavó la mirada en lo más alto; aspiraciones de grandeza que lo llevaron al Distrito Federal “a estudiar” en la UNAN, en donde pasó 18 años en espera de un título profesional que de poco o nada le sirvió, frente a su tenacidad por llegar a lo más alto.
De su puño y letra, en no pocos de sus libros, siempre alardeó de su incansable tenacidad, al extremo de que presumía que lo motejaron como “el necio”, porque siempre lograba lo que se proponía.
Con el título profesional bajo el brazo –luego de años de precariedades en la capital del país–, volvió a los humedales del trópico en donde inició su liderazgo político, prendido a la ubre del viejo PRI, pero siempre con la vista puesta en el poder mas alto y en los mayores lujos.
Desde entonces soñaba con vivir en un Palacio.
Por eso, por su desmedida aspiración y ambición de poder político y económico, se alistó como soldado del PRI, partido al que incluso escribió un ridículo himno.
Curiosamente, durante su breve paso por el PRI, de su natal Tabasco, hizo posible una de sus mayores aspiraciones; poseer una finca, propiedad impensable entre el pobrerío familiar, a la que bautizó con su peculiar estilo: quinta “La Chingada”.
¿Y quién pompó?
Hasta hoy nadie lo sabe. Lo cierto es que es mentira que resulte de una herencia familiar. En realidad, muchos dicen que se trata de una compra con dinero sucio.
Muy pronto entendió que los caminos “del éxito” no eran fáciles en el PRI y que lo mejor era la identidad “con los pobres” y con la izquierda, a pesar de que su pensamiento siempre fue de extrema derecha.
También desde su juventud entendió la rentabilidad política de las máscaras; el engaño y la mentira, para sus fines de probado “aspiracionista”.
Y como “el hambre aspiracional” apenas empezaba decidió su primera mutación y saltó del PRI a las corrientes de la izquierda, en donde creó una de sus joyas “aspiracionales”: el poderoso “primero los pobres”.
Luego, incansable, buscó y buscó hasta encontrar un “amigos” que lo acercara con el político epítome del poder en las izquierdas; el mítico Cuauhtémoc Cárdenas.
Vinculado a Cárdenas, rápidamente juego el juego tropical del halago sin medida y del elogio sin freno, hasta ganar el favor del poderoso.
En realidad, bastaron meses para que el “animal del aspiracionismo” se echara a la bolsa a Cuauhtémoc Cárdenas y a la llamada izquierda.
De esa manera –gracias a la lambisconería–, llegó la oportunidad de ser candidato al gobierno de su natal Tabasco; una primera batalla encarnizada en la que fue derrotado.
Sin embargo, para ese “animal político” con incontenibles apetitos de poder, la primera derrota era apenas prolegómeno de sus verdaderos alcances.
Volvió a buscar la candidatura por Tabasco y, de nuevo, fue aplastado.
Sin embargo, resultó fortalecido de las dos derrotas, sobre todo porque logró dimensión de líder nacional; capaz de chantajear al mismísimo Carlos Salinas, luego de que en cada caso organizó espectaculares éxodos de Tabasco al Zócalo del Distrito Federal, dizque para protestar por un inexistente fraude.
Entonces entendió que llamarse defraudado era el mejor negocio para llegar a la cúspide del “aspiracionismo”.
Y vino la segunda metamorfosis.
Olvidó Tabasco y puso la mira en la capital del país. Su aspiración era imbatible y muy pronto aprendió las artes de la intriga palaciega y se deshizo de sus adversarios naturales para convertirse en jefe del PRD.
Para ello debió pactar con el gobierno de Zedillo –y traicionar a Cárdenas y al PRD–, presidente que de manera ilegal ayudó para convertirlo en candidato al gobierno del Distrito Federal.
Para entonces la llamada izquierda y el PRD, ya estaban a sus pies. Había logrado lo impensable. Y es que, con aliados como Rosario Robles y Los Chuchos, se alzó como jefe de gobierno del entonces Distrito Federal.
Apenas iniciada su gestión en el GDF, se produjo la tercera metamorfosis.
Y es que para aspirar a la candidatura presidencial debió recurrir al “parricidio político”; matar a su padre; a Cuauhtémoc Cárdenas, al tiempo que empezó la idea de construir su propio partido.
Insistente en su “aspiracionismo”, en dos ocasiones compitió por la candidatura presidencial y en los dos casos fue derrotado; en 2006 y 2012.
Nada detenía su “aspiracionismo” y se proclamó “presidente legítimo”, en una ceremonia en el Zócalo, a pesar de que fue derrotado de pies a cabeza.
Y entonces apareció la cuarta trasformación; otra metamorfosis que lo hizo dueño de su propio partido; que lo llevó al poder presidencial de manera aplastante, gracias a aliados incómodos como el crimen organizado.
Sí, el “aspiracionista de Macuspana” lo había logrado; tenía todo para ser el mejor presidente de la historia; el más legítimo, más querido y el más respetado.
Sin embargo, alcanzar todo el poder lo empujó a perder toda la razón.
Ya no estaba conforme con el poder presidencial absoluto; quería vivir en un Palacio y, sobre todo, emular a sus héroes favoritos: Benito Mussolini, Fidel Castro, Chávez y Maduro, entre otros.
Y pronto se convirtió en el peor presidente mexicano de la historia, el aliado al crimen y el de los mayores fracasos en todos los rubros.
Así, sin freno alguno, el “aspiracionista” y “clasemediero” López Obrador, extendió sus aspiraciones a las de un dictador.
Por eso, la pregunta es si los ciudadanos; las mentes educadas y brillantes, los empresarios reputados y los críticos permitirán que se haga realidad el sueño del “aspiracionista de Macuspana”; el sueño de convertirse en el moderno Antonio López de Santa Anna.
Al tiempo.