Encapuchados secuestraron por minutos a la candidata oficial
Humberto López-Torres
Recorrió toda la gama de la profesión. Reportero, cronista, articulista y entrevistador. Fue el creador de una brillante generación de periodistas en México. Arturo Sotomayor, Edmundo Valadés, Mario Escurdia, René Tirado Fuentes, Jorge Davó Lozano, Luis Spota y José C. Valadés, entre otros.
Nunca se imaginó que sería periodista. En sus juegos y charlas de niño siempre insistía que de grande sería general.
Ante tal decisión (e insistencia) su padre se trasladó con él a la ciudad de México para inscribirlo en el Colegio Militar. De allí Regino Hernández Llergo pasó a la Academia del Estado Mayor. El colegio fue clausurado en 1914 cuando Regino, nacido en Cunduacán, Tabasco en 1896, llegaba a sus 18 años de edad.
En 1916 viajó a Guerrero y se unió a los enemigos del presidente Carranza; participó en tres combates y, capturado junto con cuatro compañeros, se le recluyó en la siniestra cárcel de Belén, en la ciudad de México para ser juzgado por un Consejo de Guerra.
En el México post revolucionario de esa ápoca, una deserción de las fuerzas armadas era (y lo es todavía) un cargo mayor. Con demasiada frecuencia el fallo del tribunal militar era expedito e implacable: pena de muerte.
A principios de los años setentas, Hernández Llergo fue entrevisto por Graciela Leal, entonces joven y habil reportera del programa Hoy Domingo, que acababa de echar a andar Jacobo Zabludovsky. Y a ella le confió que una mañana los cinco fueron sacados de sus celdas y llevados ante el Consejo de Guerra. “Las galerías estaban llenas de curiosos que, después de leída la sentencia, acompañaban a los reos al paredón para verlos morir.”
El jurado, como era la costumbre, tras escuchar los argumentos del fiscal y el defensor, se retiró a deliberar, retiro que se prolongó más de una hora y al reaparecer se leyeron sus sentencias una a una. Para los cuatro primeros fue de muerte e inscrito al final de la lista Regino fue absuelto.
Sólo más tarde supo el narrador que el general Rubén García, asesor del Consejo de Guerra, que lo conocía como alumno del Colegio Militar, lo había defendido con vehemencia. Esa misma noche Regino Hernández Llergo fue puesto en libertad sin más trámite casi al mismo tiempo que sus compañeros morían bajo las balas del pelotón.
Durmió en una banca de la Alameda y al amanecer, vagando sin rumbo escuchó un estruendo en la esquina de Plateros (hoy Madero) y Motolinía. Eran las prensas de El Universal que concluían su labor diaria. Vestido con su uniforme militar, la única ropa que tenía, hambriento y fatigado, entró a los talleres y a los prensistas les pidió trabajo. “Habla con el director, le contestaron; llega como a las once”.
Al filo del mediodía, rodeado de guardaespaldas apareció el director y fundador del diario, Félix F. Palavicini. Como Regino no podía acercarse le gritó ; “Señor, quiero hablar con usted”. Palavicini lo vio con curiosidad y lo llamó a su oficina. Allí Regino Hernández Llergo le contó su historia, le habló de la urgencia de hallar un trabajo mientras podía regresar a su pueblo. Le cayó bien al director quien ordenó que fuera barrendero del taller y dos semanas más tarde office boy de la redacción. Allí hacía de todo y su sueldo era de cuatro pesos..
Una noche vio como Palavicini, iracundo, se mesaba los cabellos; El reportero de policía se había reportado enfermo; el suplente llegó borracho; al de guardia se le había muerto su abuelita. Al advertir la presencia de Hernández Llergo lo vió un instante y lo llamó:
Joven ¿Sabe usted dónde está la cárcel de Belen?. –Sí señor, recuerde que allí estuve preso. –Pues váyase de inmediato para allá, y pregunte qué pasó con el Consejo de Guerra al general Lucio Blanco, si lo absolvieron o lo van a fusilar, ¡lo que usted quiera preguntar!; regrese de inmediato para darle los datos al jefe de redacción.
Nunca había reporteado, no sabía lo que era eso. De manera que con unas cuartillas y un lápiz, Regino se coló en las repletas galerías y comenzó a tomar notas de todo lo que argumentaba el defensor, de los discursos del fiscal militar y de las intervenciones del juez y todo lo que veía. Todo lo anotó y regresó al periódico donde el jefe de redacción, quien estaba ocupado, le pidió que pasara sus datos a máquina. “Yo después hago la nota”, le dijo-.
Al otro día la nota principal de primera plana era: “Absuelto el general Lucio Blanco”; la firma por Regino Hernández Llergo, reportero de El Universal. Salvo algunas correcciones el texto de Regino se publicaba íntegro.
Al llegar Hernández Llergo a la redacción todos lo miraban; su nombre era muy comentado. “¡Qué barbaridad, decía alguien, pero si este señor es el barrendero!”. “No, le replicaban, es el office boy”. Llegó el director Palavicini quien lo presentó: “Miren –les dijo a los presentes—éste es el periodista más famoso; éste es Regino Hernández Llergo”. Y dirigiéndose a él le informó: “Desde hoy queda usted nombrado jefe de redacción con un sueldo de diez pesos diarios”.
Regino inicia así una carrera vertiginosa; consigna la exclusiva del retorno a México del general Aureliano Blanquet; la del fusilamiento del felicista Francisco de Paula Álvarez; entrevista en su hacienda de Canutillo a Francisco Villa. Creó luego El Universal Taurino y exiliado en Los Ángeles durante 9 años funda allá La Opinión. De regreso a México en 1937 funda la revista Hoy con su primo José Pagés Llergo en la que aloja los polémicos textos de Salvador Novo, Gregorio Ortega, Nemesio García Naranjo, José Vasconcelos y muchos otros.
Patrocina la creación de la revista El Cuento y participa en el surgimiento de Rotofoto, Ella, ABC, Mañana e Impacto, publicación que dirige hasta su deceso el 15 de noviembre de 1976.
José Luis Martínez, ya contemporáneo nuestro dice de Hernández Llergo: “.. . un director, un jefe respetado, dominador de su tropa y padre de ella.”
De esos, como Regino, ya no hay.